Eso del Brexit suena más bien a unos dibujos japoneses tipo manga, más al clásico juego de ordenador donde el trasnochado adolescente se conecta on-line con todo el mundo para matar a los malos.

 

Pero no, el Brexit es lamentablemente algo mucho más serio.

 

Los ciudadanos británicos votarán la próxima semana en referéndum para saber si quieren continuar perteneciendo a la Unión Europea o se salen del “selecto” club.

 

Hasta estos momentos, según todos de los sondeos, son más los británicos que quieren marcharse de la Unión Europea que los que se quieren quedar.

 

Una salida del Reino Unido puede convertirse en un problema real. No sólo para ellos, sino para todos los europeos.

 

Para empezar, su moneda, la potente libra esterlina se depreciaría. Eso haría que los británicos fueran más pobres, y golpearía, por ejemplo, de una manera seria al comercio o al turismo. Sólo en España hay un millón de ciudadanos del Reino Unido que nos visitan todos los años. Más de 800 mil radican en la Península Ibérica.

 

Hasta ahora España y otros muchos países europeos resultaban atractivos y económicos para ellos. Pero eso se terminaría con una libra endeble y de andar por casa.

 

También con la Unión Europea tenemos todo un sistema arancelario que nos favorece a todos. La posible salida del Reino Unido crearía nuevos aranceles que perjudicarían al comercio europeo en general.

 

La salida de Gran Bretaña sería especialmente perjudicial para España. No olvidemos que es el cuarto cliente económico. Pero lo será para todos o, más bien, para casi todos los países de la Unión Europea.

 

En la cuestión geopolítica, Alemania resultaría la gran beneficiaria. Históricamente Gran Bretaña ha sido el equilibrio entre los permanentes roces históricos de Francia y el país germánico. Con la salida británica, Europa sufriría una germanización, un pangermanismo con tentáculos por gran parte del Viejo Continente. Si ya de por sí Alemania genera 33% del PIB europeo, con la salida del Reino Unido dejaría a Alemania con 50%, lo que le permitiría ser dueña y señora de Europa.

 

Pero detrás de todo ello está el populismo del UKIP, el Partido Independiente del Reino Unido, el desencadenante eurófobo que ha presionado al Primer Ministro David Cameron a escorarse hacia el euroescepticismo. De hecho, el génesis del referéndum va por esos derroteros.

 

Pero habría más problemas. La geopolítica de bloques pasa por el poder estadunidense. Gran Bretaña es la primera referencia, la primera alianza entre Estados Unidos y la Unión Europea. La ruptura del Reino Unido con el Viejo Continente haría que Estados Unidos, junto con sus aliados incondicionales, el Reino Unido e Irlanda miraran hacia Asia, donde, por cierto, Gran Bretaña goza de una extraordinaria influencia a través de la Commonwealth.

 

Y un último apunte, querido lector. Ya Escocia quiso separarse de Gran Bretaña; si ahora como en el referéndum, el resultado fuera que se marcha de Europa, abriría el melón de las “desconexiones”. Entonces Escocia volvería a reclamar su Independencia. Y si eso lo hace, ¿por qué no lo va a hacer Cataluña o el País Vasco? ¿Por qué no naciones como Austria, donde la extrema derecha tiene tanto poder? Es decir, podríamos asistir a dinamitar a esta Vieja Europa que tanto nos ha costado crear.

 

Y todo ello con un impacto capital en las bolsas europeas con caídas importantes.

 

El Brexit es un problema de difícil solución. Ojalá sólo fuera un juego de trasnochados adolescentes.