Los accesos al Olimpo del balón hoy demandan visas de muy compleja y limitada expedición. Un Olimpo al que los dos titanes están obligados a subir a cada mañana una inmensa piedra, sólo para verla caer al tocar la cima, como Sísifo en su pesaroso mito.

 

Cuando Cristiano Ronaldo nos ha habituado a ritmos goleadores inverosímiles, cuando tan pronto es el máximo anotador en la historia del Real Madrid, cuando ha sido pieza determinante en ese nuevo título de Champions League (por favor no abran el debate de si sólo hizo un penal en la serie ante el Atlético, cuando antes cargó al equipo a semifinales frente al Wolfsburg), cuando su regularidad depredadora ha demostrado tener poquísimos precedentes en la historia de este deporte, cuando muchos nos atrevemos a señalarlo como el futbolista más completo de todos los tiempos, el atacante continúa obligado –y desafiado– a consumar una hazaña con su selección.

 

No importa que el colectivo lusitano parezca específicamente débil (al menos, no está cerca en posibilidades de los más grandes del continente). Tampoco que en el pasado Cristiano haya sido estelar en el Portugal finalista en la Eurocopa 2004 y semifinalista en el Mundial 2006. Ese Olimpo, con los campeones del mundo Pelé y Diego Armando Maradona como paradigmas, pide todo.

 

 

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Este martes abre un nuevo camino con su selección y, por edad, no es fácil saber de cuántos más dispondrá. Así que más le vale sacar partido de esta Eurocopa. ¿En qué estado? En el que se encuentre, que a la luz de lo acontecido en el mes final de la temporada con el Madrid, no parece muy prometedor. Acaso propiciado por esa exigencia que no le ha dado tregua o que se obstina en discutirlo (algo que, a estas alturas, ya tendría que ser indiscutible), el 7 vive empeñado en jugarlo todo y sus piernas, por supersónicas que sean, ya están desgastadas.

 

Algo similar a lo que por estos mismos días vive su némesis, Lionel Messi, con Argentina. La brillantez y genialidad del rosarino con semejante nivel de frecuencia, no tienen parangón en la historia de este deporte. Como sea, Messi ha llegado a la Copa América Centenario urgido de silenciar a quienes todavía osan ningunearle o quienes aducen que todo es gracias al trabuco barcelonista que lo arropa.

 

No me extraña, por todo lo anterior, que a últimas fechas Cristiano y Messi luzcan cada vez más próximos y amigables: en el planeta de la inconformidad, en la rutina del borrar lo que se ha hecho tres días antes, en la desfachatez de deslegitimar, sólo ellos dos se pueden entender. Claro, por ese mismo ritmo tan trepidante de exigencia, nunca se han votado mutuamente para futbolista del año, pero los dos tienen que vivir fastidiados; tanto con esos comparativos tanto entre sí, como con los próceres de años pasados, tan cómodos en pósters colgados de la pared.

 

¿Se divertirán en estos torneos continentales Messi y Cristiano? Lo dudo muchísimo. Más aun: dudo también que todavía se diviertan con sus clubes, en los que cada gol es una pausa para resoplar y saberse a salvo al menos por un día más. Sísifos forzados a devolver la piedra a la cima a cada amanecer.

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