Para una generación de aficionados era natural que la Selección de Bélgica asistiera, e incluso con brillantez, a los principales eventos de futbol.

 

Un representativo que incluía nombres –todos muy europeos: franceses, flamencos, hasta italianos– como los de Jan Ceulemans, Enzo Scifo, Eric Gerets, Franky Van der Elst, Marc Degrysse, Franky Verkauteren y Jean-Marie Pfaff. Representativo cuyo último eslabón fue el cuatro veces mundialista Marc Wilmots…, precisamente el actual seleccionador.

 

Recuerdo a Wilmots en el Mundial 1998, disputado en las mismas canchas francesas en las que se realiza la Eurocopa, desesperado con un equipo que ya no tenía los talentos de antaño, que se había hecho rancio, renuente todavía a reclutar a descendientes de inmigrantes –en aquel torneo, 18 años atrás, apenas dos nombres aludían a la Bélgica multicolor: los de los hermanos nacidos en Congo, Emil y Mbo Mpenza; tan distinto, en el plantel actual Nainggolan tiene sangre indonesia, Witsel de Martinica, Fallaini de Marruecos, Lukaku, Batshuayi y Benteke de Congo, Origi de Kenia, Dembele de Mali.

 

Una Bélgica que nunca solucionó su ser dos y de pronto es muchas. Dividida entre los dos bloques que la conforman (al sur, los valones, francoparlantes; al norte, los flamencos, con un idioma parecido al holandés), fue ilustrativa la rivalidad tenística entre Justine Henin-Ardenne (valona) y Kim Clijsters (flamenca): dos de las más grandes raquetistas en las últimas décadas coincidieron en el tiempo y en la nacionalidad, mas no así en la mitad del país a la que representaban.

 

Como si de dos unidades distintas se tratara, el departamento de prensa de la selección se ocupa de llevar a las ruedas de prensa a un futbolista de cada idioma. Por ejemplo, un día Jan Vertonghen atiende a los medios flamencos, al tiempo que Thibaut Courtois lo hace con los franceses. ¿Cómo se comunican en la cancha? Aunque cueste creerlo, a veces en inglés o por las señas que ha heredado la costumbre.

 

Su regreso al máximo concierto del futbol se ha dado con una generación que incluye un factor de unificación jamás sospechado: elementos cuyos orígenes se ubican en el más sangriento proceso de colonización de África, en Congo. Con sus antepasados tal vez vinculados a los horrores del rey Leopoldo II y a las represalias por no recaudar la cuota exigida de caucho a fines del siglo XIX, Lukaku habla francés y flamenco. Él, como el lesionado capitán Vincent Company, pacificaron a la selección de un país cuya familia real desciende del siniestro Leopoldo y que canta antes de los partidos un himno que clama adhesión al rey.

 

Todo lo anterior, a unos meses de que Molenbeek, ese barrio de Bruselas, se declarara cuna europea del yihadismo. El mismo Molenbeek, donde se criaron los propios Lukaku y Kompany, que refuta a la Bélgica multicultural, acaso sólo plausible en su equipo de futbol.

 

Bélgica fue a Francia 98 en la decadencia de su primera generación dorada. Bélgica debuta hoy en Francia 2016 en el momento cumbre de esta camada que pinta incluso mejor que la anterior.

 

Entre las dos, como enlace, Marc Wilmots: ese que jugó para la Bélgica que eran dos y ahora dirige a la Bélgica que son no menos de diez.

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