Dos países que decidieron efectuar su primer partido amistoso pensando que su relación ya había madurado, el himno francés pitado en pleno París, la cancha invadida, los rencores del inmigrante desfogados en la interrupción del cotejo, jugadores evacuados del frenesí de la cancha…, y, en su catedrática dimensión, él.

 

Mientras todo eso sucedía en Saint Denis en el partido del año 2001 entre Francia y Argelia, Lilian Thuram debatía con los invasores que atestaban el campo de juego: “¿No te das cuenta? ¡Estás dañando a la causa de los guetos! ¡Estás dando pretextos a los racistas y a los que no nos quieren!”.

 

No es normal un futbolista que entre tal vorágine y expuesto a los riegos de estar rodeado por una marabunta desbocada, prefiera argumentar antes que, como comprensiblemente hicieron sus compañeros, huir al vestidor. No es normal, porque Thuram nunca lo fue.

 

Nacido en Islas Guadalupe, ha sido uno de los futbolistas más políticamente activos con conciencia social e intelectuales que se puedan encontrar. Por eso su molestia ante los jóvenes que hicieron se suspendiera el partido, por eso su coraje ante los elementos de seguridad que a la fuerza lo retiraron del campo, por eso su choque con el entonces seleccionador francés, Roger Lemerre, a quien diría: “No quieren entender que ellos (los invasores) son como nosotros”.

 

Ahora Thuram ha criticado con severidad a Karim Benzema, luego de que el delantero atribuyera su marginación del equipo francés para la Eurocopa, al racismo o, lo que es lo mismo, a su ascendencia norafricana.

 

Podríamos ahondar mucho en la politización del caso: meses atrás, el Primer Ministro Manuel Valls atacándolo y el ex presidente Nicolás Sarkozy defendiéndolo; o, ahora, la nieta del líder de extrema derecha Jean-Marie Le Pen, clamando que “se vaya a jugar con Argelia”. Pero entre tantas voces y tanto afán de sacar tajada política, ninguna con la sensatez de Thuram: “El racismo existe en la sociedad francesa y Benzema podría haber hecho algo más, habría sido extraordinario que fuera ejemplar y se convirtiera en el capitán de la selección, pero para ello tenía que haber sido irreprochable. Con su discurso se quita responsabilidad, si no ha sido convocado es por su asunto con Mathieu Valbuena”.

 

Así de simple: en un plantel que convocó a trece elementos (más de la mitad) provenientes de África o el Caribe, el argumento de Benzema fue tan simplista como barato. Con un añadido que nos permite retomar la arenga de Lilian Thuram durante el caos de 2001 en Saint Denis: que ningún favor hace su conducta –y menos sus declaraciones– a la causa que pretende erradicar la discriminación de la sociedad francesa y otorgar otros niveles de integración a quienes, como Karim, se criaron en los guetos.

 

No. No es racismo. Y eso tampoco significa que Francia no sea racista. Es que Benzema está enredado en un lío judicial por extorsión y que su conducta más perjudica que ayuda a cohesionar un país que, de pronto, se ha encontrado más dividido de lo que llegó a pensar cuando en el mismo Saint Denis se coronó en 1998 con una selección, como la actual, multi-color.

 

En 2001, como ahora, Thuram tiene la razón.

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