En un deporte copado por adolescentes y jugado a ritmo de vértigo, lo común para los cuarentones es llevar un buen rato en el retiro o, en el mejor de los casos, ya dirigiendo. Hoy, ser veterano es mayor factor de sospecha que de halago, es convertirse en presa cómoda para la crítica que, a la menor provocación, señalará como decrépito a quien no se supo o quiso ir mucho antes.

 

Por ello resulta tan loable el desempeño de Óscar Pérez, protagónico y heroico por enésima vez en su dilatada trayectoria. Porque para continuar a los 43 años con semejante calidad, hace falta un don especial concedido por la naturaleza, pero sobre todo una disciplina tan grande como el amor al juego.

 

No puedo dejar de recordar una anécdota que ya he referido antes. Los Olímpicos de Atlanta 1996 fueron los primeros que permitieron a tres refuerzos mayores. Pocos pensaban que el Tri requiriera apuntalar su portería, partiendo de la premisa de que tanto Oswaldo Sánchez como el apodado Conejo, ya tenían experiencia en primera división, pero finalmente se convocó a Jorge Campos, dejando a Óscar marginado del torneo.

 

Me tocó estar en el campamento mexicano durante esa mañana en que era hecho a un lado y, como la mayoría, pensé que su camino iría considerablemente a menos: ¿selección?, ¿jugar en un grande?, ¿trascender por más de dos décadas? Nada de eso parecía pertenecerle. Para colmo, el Cruz Azul había contratado al argentino Norberto Scoponi, con lo que también en el equipo cementero sus posibilidades se desmoronaban.

 

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Desdeñado por tener baja estatura (algo que siempre compensó con unas condiciones físicas extraordinarias), criticado por no tener personalidad (algo falso: es un líder en especial positivo), el Conejo estaba destinado a la suplencia y el segundo plano, pero lo recuerdo declarando que nada había terminado ahí y que lograría para volver a la selección.

 

Desde entonces y a la fecha, dos largas décadas después, se ha dedicado incansablemente a trabajar, a mejorarse a sí mismo, a mantener su nivel, a cuidar su cuerpo, a atajar sereno, a silenciar a cuantos le ningunearon.

 

A más de veinte años de una marginación de la que muchos ya no se levantan, habiendo acudido a tres Copas del Mundo (1998, 2002 y 2010), camino a ser el jugador más veterano y con más partidos en la historia del futbol mexicano, convertido en un guardameta de época (o de varias épocas), compartiendo alineación con hasta cinco elementos nacidos cuando él ya era profesional, Óscar Pérez ha sido de los grandes héroes de la presente liguilla.

 

Que se continúe descalificando al veterano, que se continúe apresurando su adiós, que se continúe negando su valor. Como respuesta a todo, emergerá este personaje, al que tan mal no ha ido a veinte años de esa exclusión, cuando decían que con poco más de 170 centímetros no era posible cuidar una portería.

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