Paradigmas de exportación tricolor, ejemplos indiscutibles de cómo salir y cómo triunfar, modelos a seguir en su desarrollo y madurez, el éxito no ha llegado por casualidad a Andrés Guardado y Héctor Moreno.

 

De los dos mundialistas mexicanos, campeones otra vez en la Liga de Holanda, podríamos enlistar muchísimos elogios, pero no existe alguno mayor que la adoración de la que disfrutan en Eindhoven.

 

El mediocampista dejó nuestro país con 21 años, al tiempo que el central lo hizo con 20, datos inequívocos de que por su mente no pasaba más que la consagración europea: punto en el que siendo niños se visualizaron, meta en la que como adultos se han instalado.

 

Guardado ha sido jugador-emblema en dos de sus cuatro equipos (en Deportivo y, sobre todo, en PSV), al tiempo que Moreno ha sido titular indiscutible en todas sus temporadas en el viejo continente (primero en AZ Alkmaar, luego en Espanyol y finalmente en PSV).

 

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El título les ha llegado de forma un tanto inesperada. Al Ajax le bastaba con ganar su último cotejo ante un rival deprimido que no se jugaba nada. Sucedió que los de Ámsterdam empataron y el PSV sumó tres puntos, arrebatando la gloria de forma agónica.

 

Me he referido a la adoración que se les brinda y vale la pena enfatizar que, en una cultura que valora tanto el sacrificio, eso no se logra solamente con buenas actuaciones o con talento; es imprescindible la máxima entrega, tener un genuino impacto en el desempeño del equipo, compensar el aprecio de la grada con un afán de dejarlo siempre todo en el terreno de juego.

 

Fue conmovedor el homenaje que Guardado recibió unos meses atrás, cuando no se había confirmado que los apodados boeren (Granjeros, como se conoce al PSV) lo adquirirían en definitiva: un mosaico con la bandera mexicana y un mensaje suplicándole que ahí permaneciera (“Andrés Guardado, nuestra águila de oro mexicana tiene que estar en el PSV Eindhoven. Nuestra casa es tu casa”). Del seguimiento que tuve privilegio de dar a futbolistas mexicanos en Europa, esa es la mayor muestra de cariño que jamás he visto…, y eso que puedo destacar las banderas mexicanas en Mánchester que llevaban al centro el rostro de Chicharito, o los cantos a Hugo Sánchez que todavía se escuchan en el Bernabéu, o la pleitesía del Camp Nou a la solvencia de Rafael Márquez.

 

Guardado y Moreno pudieron haberse quedado en la comodidad mexicana, no desafiarse a otros idiomas o países, no tenerse que adaptar a entrenadores y metodologías ajenos, ganar buen dinero y garantizar su sitio en la Selección Mexicana en varios Mundiales. Pero decidieron crecer, bajo el entendido de que así como al adolescente le duelen las rodillas cuando más centímetros gana su cuerpo, a ellos les costaría a medida que avanzaran los meses en otra cultura.

 

Justo premio, otro más, al camino que ambicionaron y alcanzaron. Todo un ejemplo de que si se quiere triunfar, hay que cruzar el Atlántico y aferrarse a una ilusión. Un inmenso orgullo verlos ahí y así.

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