El sentido del buen gusto nos ha hecho adorar a los mediocampistas más creativos por encima de los más sacrificados. A donde la afición se ha topado con un volante de contención, lo ha preferido de corte elegante (pensemos en Fernando Redondo) o, en su defecto, combativo (modelo Genaro Gatusso), pero de ninguna forma burocrático, que es como podríamos definir a la pieza que completó el rompecabezas del Real Madrid, Casemiro.

 

Toda una laguna histórica merengue se puede entender por el desdén que su presidente tuvo hacia un futbolista no idéntico, pero similar.

 

Si Florentino Pérez pudiera echar atrás el tiempo y corregir una decisión, tendría que volver al verano del año 2003 y dar un buen aumento de sueldo a Claude Makelele para que se quedara en su más galáctico Real Madrid.

 

Entonces habrá pensado que un equipo que alineaba a Zidane, Figo, Ronaldo, Beckham, Roberto Carlos, Raúl, ya estaba lo suficientemente blindado arriba como para tener que arroparse abajo, pero el tiempo, sin el maratónico Makelele que se fue al Chelsea, lo terminó sentenciando: puesto a la comparación con Aquiles, el vulnerable talón del Madrid abarcaba de tobillos a costillas.

 

Eso es lo que Florentino tendría que haber hecho, pero su comportamiento crónico nos dice que, de regresar en el tiempo a modificar alguna gestión, muy posiblemente convencería a Francesco Totti: más magia arriba, menos equilibro en general, indiferencia (o soberbia) ante la descompensación.

 

En el actual Real Madrid, Zinedine Zidane terminó con sus crisis existenciales cuando mandó a la banca tanto a James Rodríguez como a Isco, y concedió juego al único mediocampista de tendencia natural para recuperar, que es el discreto Casemiro.

 

Menos glamuroso, sin duda. Menos técnico, sobre todo. Pero con un rol diferente: el de propiciar con sus pulmones y músculos, un corto circuito en el ataque rival, al tiempo que permite frescura y espacio a los que saben con el balón (Modrid y Kroos).

 

Sin embargo, el destino es más terco que Florentino (mucho decir), y el Madrid habrá de jugarse su pase a la final de la Champions sin ese volante de contención que a inicios de temporada parecía tan prescindible. ¿Cómo lo sustituirá? Muy posiblemente con un cambio de esquema; al coincidir la baja de Casemiro con la de Karim Benzema, hay pauta para poner a cuatro mediocampistas.

 

Así, un Madrid que amontonaba cisnes para paliar su renuencia a contratar escudos, ahora se agobia, en el momento cumbre de la temporada, en plena semifinal de vuelta de Champions League, para suplir al escudo del que tan dependiente se ha hecho.

 

Ni elegante ni belicoso, y por ende poco aclamado por las gradas, Casemiro tiene la mayor virtud que su posición requiere: jugar fácil. ¿Labor burocrática? No por ello menos indispensable.

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