En un santuario no hace falta preguntarse demasiadas cosas, como si su presencia fuera obvia, intrínseca al ritual, parte de la iconografía.

 

En ese sentido, toda visita al Camp Nou iniciaba con las primeras palabras que muchos ajenos a Barcelona, como yo, escuchamos jamás en idioma catalán: Bona nit a tothom i benvinguts a l’Estadi (“Buenas noches a todos y bienvenidos al estadio”), rezaba el sonido local con un tono tan sereno como melodioso, más propio de la primera llamada para una función de ópera que de un espectáculo deportivo para ochenta mil rabiosos feligreses.

 

Manel Vich, voz por casi sesenta años del coloso blaugrana, ha fallecido dejando curiosísimas anécdotas y un vacío imposible de ocupar, porque antes de su debut, en 1956, ni siquiera existía ese estadio.

 

Un momento cumbre para las comunidades autonómicas y afanes independentistas en la península ibérica, llegó con la frase de sentido más fortuito pronunciada por Vich. El tres de septiembre de 1972, con Franco firme en el poder y su censura anti-catalana bien instaurada, el locutor emitió el primer anuncio público en catalán en más tres décadas de dictadura. No fue para informar que el Barça había conquistado otra liga (algo que no sucedía desde 1960 y no sucedería hasta 1974) o que el mejor futbolista del mundo, Johan Cruyff, había sido adquirido por el club (algo que pasaría un par de campañas después); fue para alertar que había un menor extraviado: S’ha perdut un nen. Es troba a la porta principal de tribuna (“Se ha perdido un niño. Se encuentra en la puerta principal de las tribunas”.

 

Si el Camp Nou fue en esos años setenta el principal pilar del que se sostuvo un idioma furtivo y una cultura oprimida, fue en buena medida porque en 1972 Vich (acaso por decisión propia, acaso bajo consenso con la directiva) se animó a ese paso. Meses después se imprimirían los registros de abonados en catalán y en 1975, a un mes de la muerte de Franco, el Camp Nou sería el primer sitio de concentración masiva de banderas catalanas, con motivo del Barça-Madrid. Mucho tiempo más tarde, Vich propiciaría la venganza contra Luis Figo, recién traspasado al Madrid; al recitar su nombre en la alineación merengue, guardó un buen silencio, para que el Camp Nou pudiera abuchear a máximos decibeles y maldecir a máxima furia.

 

En México hemos tenido similar historia con el legendario Melquiades Sánchez Orozco, voz del Estadio Azteca desde casi cincuenta años atrás. Goles de Pelé y Maradona, como de generaciones y generaciones de futbolistas en ese inmueble, han tenido como complemento la inmaculada sonoridad de ese personaje amable y con sombrero.

 

Voces que son mucho más que eso. Voces que terminan por integrarse a una liturgia. Voces sin las que no nos lograríamos imaginar un sitio con semejante carga mística.

 

Con Manel Vich, hay algo adicional: y es que él fue la voz con que un idioma se presentó ante el mundo tras décadas escondido en catacumbas, con que conocimos sus fonemas, con que nos familiarizamos con su espesor y conjugación. En su fallecimiento, viene a mi mente otra de sus frases de apertura para cada noche barcelonista: Els equips avui presenten les següents alineacions.

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