Desde entonces, 67 años atrás, decir el nombre del equipo Torino posee connotación de lamento. Desde entonces, calificar como grande a cualquier club, desata los sentimientos más tristes del futbol italiano. Desde entonces, la colina de Superga tiene mayor recordación por el desastre aéreo ahí suscitado en 1949 que por ser el mausoleo de varias generaciones de reyes de la dinastía Saboya.

 

Una tragedia que irrumpió en plena gloria: ni lapso para transición, ni un par de años desde el último éxito para asimilar la pérdida deportiva, ni período alguno entre la más reciente conquista y el fatal desenlace de quienes la lograron. Aquel once, el denominado Grande Torino, estaba a cuatro partidos de coronarse por quinta ocasión consecutiva en el futbol italiano, cetro que terminaría conquistando ya con la totalidad del plantel fallecida.

 

Hablar del Grande Torino es inevitablemente remitirnos a ese accidente, a pensar en lo que pudo ser si la camada de futbolistas más hegemónica en la historia de Italia no hubiese visto su vida cortada así; es, también, regresar al futbol que cohabitó con la Segunda Guerra Mundial.

 

Durante el conflicto armado, todas las ligas europeas fueron cancelando, pero Benito Mussolini entendió que la mejor forma de proyectar normalidad y elevar la moral del pueblo, era manteniendo la disputa del torneo de futbol. De hecho, a diferencia de lo que acontecería con numerosos futbolistas ingleses, alemanes, soviéticos, holandeses y franceses llamados a filas, pocos jugadores de este país estuvieron en el campo de batalla (el pretexto era que se les necesitaba en una industria prioritaria; quizá la primera vez en que el futbol fue calificado así).

 

De forma tal que el apodado Toro se coronó en 1943, justo la última temporada que se efectuó antes de que el avance de los Aliados lo imposibilitara, y reanudó su racha en 1945, siguiendo la línea de éxitos hasta 1949: cinco ligas consecutivas, como sólo antes sus vecinos de la Juventus (1931-1935) y sólo después el Inter posterior al Calciopoli (2006-2010).

 

Aquel Grande Torino aportó inmensas novedades tácticas a este deporte, hilvanó cien partidos sin perder en casa y llegó a alinear hasta a diez titulares en la selección italiana. De todos ellos, ninguno más especial que Valentino Mazzola, considerado el primer 10 de la historia; “Valentino por sí solo es medio equipo; la otra mitad somos todos los demás juntos”, explicaba Mario Rigamonti, quien también moriría en Superga ese 4 de mayo de 1949.

 

Tras la tragedia, el Torino se habituó a vivir en permanente ascenso y descenso, cediendo su lugar en la aristocracia del Calcio a los otros tres grandes del norte (Juventus, Inter y Milán). Si la Juve, por ser propiedad de los millonarios Agnelli, representó de origen a los dueños de la industria de la capital piamontesa, el Toro siempre será visto como el cuadro de quienes ponen el músculo para que funcione esa industria.

 

67 años después de la Tragedia de Superga, se ha anunciado que el Estadio Olímpico de Turín cambiará su nombre a Stadio Grande Torino, denominación marcada a perpetuidad por la gloria y el dolor que fueron simultáneos.

 

Parece curioso que por haber sido el color de la Casa de Saboya, el azul se quedara en el uniforme de la selección italiana sin aparecer en la bandera del país. Esos reyes Saboyas, enterrados en el preciso sitio donde se estrelló el avión de quienes tenían que haber portado la casaca azzurra en el Mundial de 1950. En recuerdo eterno de Valentino Mazzola, su hijo Sandro acudiría después a tres Mundiales y ganaría la Eurocopa de 1968 ataviado en ese azul Saboya.

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