Llegados a este punto, no podemos engañarnos: si el Mundial 2026 no se termina disputando en Estados Unidos, representará una inmensa sorpresa. Por ello, si parte del plan de renovación del Estadio Azteca consiste en llevar a su césped una justa mundialista más, el camino obvio será compartiendo el evento con el vecino del norte y de ninguna forma rivalizando con él.
El único genuino rival que tendrían las barras y las estrellas sería China, aunque para ello necesitaría modificarse un estatuto, pues de momento se impide la concesión de dos Mundiales consecutivos a países del mismo continente (Qatar está a más de seis mil kilómetros de Beijing, pero ambas son parte de la Confederación Asiática), lo que en principio relega a China hasta un 2030 que de nada sirve a los sueños futboleros del líder Xi Jinping.
Puestos a tener la geopolítica y los patrocinios en paz, el ideal de FIFA hubiese sido Rusia 2018, EU 2022 y China 2026. Entonces se metió Qatar y se desplomó ese plan, trazado ya por Joseph Blatter. Lo de los chinos no es de hoy y, como prueba, desde 2015 el sobrino de Blatter tomó un cargo importante en la empresa Wanda, nueva patrocinadora estelar de FIFA.
No olvido que en una entrevista larga que le efectué en Zúrich en 2008, Sepp se continuaba refiriendo al interés qatarí con una sonrisa de incredulidad; faltaban apenas un par de años para la votación y el mandatario no tomaba en serio que el pequeño país árabe lograra desbancar a gigantes como Estados Unidos o Japón. Tengo claro que el crecimiento de la candidatura qatarí, que terminó siendo relevante para derrocar a Blatter, no estuvo precisamente en sus manos.
Si México quiere otro Mundial a la brevedad, es de la mano de EU. Algo que, además, sería idóneo, porque no nos obligaría a tirar miles de millones en edificios que perderían uso al cabo de un mes.
La duda es si a Estados Unidos le interesa compartir lo que, con alta probabilidad, será suyo y serviría como cereza en los festejos por los 250 años de su declaración de independencia.