Pocos hábitos más absurdos en la historia del futbol que el crónico ninguneo al que es sometido Cristiano Ronaldo. Caiga bien o mal, agraden sus gestos o no, sea preferido o rechazado en la permanente comparación con Lionel Messi, estamos acaso ante el futbolista más completo de todos los tiempos (ojo: he dicho completo, y hago esta pausa entre párrafo y párrafo porque la polarización que desata su nombre confunde cada palabra. Así como no creo que sea el mejor de la historia, sí estoy convencido de que nadie antes dominó en esa proporción tantas facetas del juego).

 

Ya después, si el festejo en la Final ante el Atlético exhibiendo musculatura, si el reciente posado en ropa interior en el Camp Nou, si las cirugías estéticas, si su peculiar historia como padre soltero, si la alta costura y los costosos coches, es tema limitado a lo que acontece cuando no está rodando el balón (y, por ende, poco incumbe a esta discusión).

 

Tan absurdo como refutar su magnitud, sería hacerlo con los mayores talentos en la historia del deporte que hayan surgido o se hayan desarrollado más o menos en pares. Magic Johnson y Michael Jordan, Roger Federer y Rafael Nadal, Ayrton Senna y Alain Prost, Pelé y Garrincha, Garry Kasparov y Anatoli Karpov… Evidentemente, Messi y Cristiano no son los primeros gigantes que coinciden en tiempo y espacio; sí son entre quienes más burdamente se ha alineado el planeta, como si a falta de Guerra Fría la dualidad los utilizara para trazar una cortina de hierro. Símbolo de nuestros días y de su condición de estrellas pop, algo más parecido a James Dean vs Elvis Presley, Beatles vs Rolling Stones, Mods vs Rockers, Oasis vs Blur.

 

Admitir la grandeza de uno no tiene que traducirse en negar la del otro, aunque esa misma rivalidad, potenciada por la elevación a clásico mundial del Madrid-Barça justo en estos años, ha terminado por mejorarlos cuando parecía que ya habían alcanzado su pináculo.

 

Hace unos años, cuando por enésima ocasión se quería desdeñar al crack portugués, planteaba en este mismo espacio una serie de cuestionamientos que vale la pena retomar tras su triplete frente al Wolfsburg: ¿Por qué razón no iba a ser Cristiano Ronaldo algo más que un héroe para la afición del Real Madrid? ¿Por usar demasiado gel? ¿Por atreverse a decir que le insultan por “rico, guapo y buen jugador”? ¿Por tener por ex novia a una cotizadísima top-model rusa y haber sido visto alguna vez en una discoteca con Paris Hilton?

 

Cristiano, como todo genio del deporte, es competitivo y narcisista: ningún motor más eficaz para un vanidoso que la autoexigencia de brillar cada vez más y perpetuar al infinito ese resplandor. Tanto, que sus números y hazañas son propios de una mitología cantable en odas y sagas, pero sólo por devotos (o testigos) creíble: más de un gol por partido desde que hace siete años se incorporó al Real Madrid. Si sus centenas de goles han servido para pocos títulos blancos, es suficiente argumento para comprender lo que hubiese sido del Madrid, en tan barcelonista era, sin él.

 

Su actitud, su arrogancia, su ansiedad depredadora, son sólo una mínima parte del personaje. Quien decida fijarse en eso y no en su juego, es que en definitiva prioriza la forma por encima del futbol (o que, bajo influjo de la pasión, prefiere no ver lo evidente). Y es que si el futbol nos gusta, nos tiene que gustar lo que hace este titán. Así de simple. Sin importar su uniforme. Sin importar su pose. Sin importar su foto en ropa interior.

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