Resulta curioso, por decir lo menos, que muchos de los mismos que se quejaban de la poca acción de la Secretaría de Hacienda y del Banco de México para defender la paridad del peso frente al dólar, sean los mismos que hoy se convierten en paladines del libre mercado de los precios del transporte público.

 

Las aspiraciones de este país donde prive la fuerza del mercado se topan de frente con la realidad de tener una serie de políticas vigentes que tienden más al paternalismo soviético que a las fuerzas de oferta y demanda.

 

Es verdad que una empresa privada tiene derecho a fijar sus precios y tarifas, efectivamente eso dicen los libros de economía. Pero si se entiende bien la realidad mexicana, lo único que se logra es que se exponga a la compañía como un ficticio bien público y se le controle en el nombre del pueblo bueno.

 

Flaco favor le hacen al libre mercado los que desempolvan las teorías escolares para defender el derecho de Uber, o de quien sea, para fijar sus precios sin entender las implicaciones políticas.

 

El principal transporte público de la Ciudad de México es peligroso por falta de mantenimiento, es sucio, es insuficiente e ineficiente porque cada boleto del metro cuesta cinco pesos, cuando su costo real triplica esta cantidad. Ahí no hay reglas de mercado, hay una descarada negligencia.

 

El transporte concesionado, taxis y microbuses, tiene tarifas fijas incompatibles con un servicio de calidad. A cambio de cobrar tan poco pueden tener unidades viejas, inseguras, choferes sin la capacitación adecuada y pueden seguir compitiendo por el pasaje.

 

Uber es víctima de su propio éxito y de sus excesos mercadológicos. Este tipo de servicios, como también lo presta Cabify, cubren un segmento de la sociedad que no encuentra lo que busca en los viejos taxis de tarifa fija y regulación laxa.

 

La lección que aprendió Uber es que no puede presentarse con la piel de oveja de ser la alternativa moderna a los taxis de la capital y repentinamente saque los colmillos del lobo del mercado que respeta al pie de la letra las reglas de la oferta y la demanda.

 

Uber reaccionó mal a una emergencia, una de esas que hasta en Zúrich, Suiza lleva a la solidaridad de todos. Es cierto que nadie preveía que al día siguiente de la entrada en vigor del Hoy no Circula recargado habría de aplicarse una doble restricción vehicular.

 

Fue una emergencia y Uber aplicó los algoritmos propios del más libre de los mercados, sin prever que se trataba de una situación emergente donde no sólo la economía cuenta, sino también el sentido común.

 

La Comisión Federal de Competencia Económica pidió evitar la regulación de los esquemas tarifarios. Claro, que lo hizo antes de que cobraran diez veces la tarifa regular.

 

Lo único que sucedió con la tarifa dinámica de Uber fue que despertó a los demonios: a los populistas de derecha que se desgarran las vestiduras defendiendo el libre mercado y buscando raiting en sus lances.

 

Y despertó al populismo de izquierda que gobierna la Ciudad de México que ahora usarán el poder conferido por el pueblo bueno para hacer de los servicios de alquiler de autos con chofer un zombi más del ineficiente, obediente y políticamente conveniente transporte público de la CDMX y con ello ganar puntos, tasados a tarifa política dinámica.