Metáfora inevitable de la guerra, regresión ineludible a un estado primitivo, en origen el futbol prohibía los reemplazos por una razón elemental: que en plena batalla o conflicto bélico no existía margen para suplir a los caídos, capturados o heridos.

 

Ya fuera con el balón en los pies, a fines del siglo XIX, o en plena confrontación, desde tiempos inmemoriales, aquel colectivo que quedara diezmado había de seguir adelante con mayor solidaridad y esfuerzo. Por ello, al crearse la versión moderna del futbol, no hubo demasiado que debatir: si alguien se lesionaba o resultaba expulsado, sus compañeros estaban obligados a cargar con esa ausencia: el rugby, hermano del soccer, y el futbol americano, su sobrino-nieto, comenzaron con restricciones similares, posponiendo varias décadas los relevos.

 

No obstante, fue en 1889 que existe registro de una sustitución en el futbol: el portero titular de la selección galesa, Jim Trainer, no llegó al partido ante Escocia y fue alineado el juvenil Alf Pugh; 20 minutos después arribó de forma emergente Sam Gillam, a quien se permitió resguardar la meta. ¿Por qué se consintió esa excepción, que marca el primer cambio en la historia del futbol internacional? Porque se dio por razones de fuerza mayor que mermaban el fairplay tan perseguido en la era victoriana y no como consecuencia de la batalla deportiva.

 

Valga tan amplio preámbulo para referirnos a la modificación que se pretende instaurar en la Copa América Centenario: conceder un cambio adicional a los equipos en caso de llegar a los tiempos extra. Con ello, ya serían hasta cuatro las sustituciones por oncena, algo impensado años atrás (como impensado era, importante recalcarlo, que esta disciplina alcanzaría semejante nivel de exigencia física).

 

Introducir especialistas en lanzar o atajar penales, dotar al cuadro de piernas frescas, cubrirse ante una eventual lesión, son posibilidades que quedarán abiertas; así como en el Mundial de Estados Unidos 1994 se aprobó un tercer cambio, exclusivo inicialmente para porteros, el futbol pretende avanzar en una dirección que posibilita mayor rotación.

 

Siendo sinceros, no me agrada la medida. Parte de la épica de este deporte es el seguir adelante pese a todo y contra todo: con calambres, ya sin sudor que sacar, con músculos y mente engarrotados, con resaca de adrenalina.

 

El futbol de nuestros días, con movimientos mecanizados, con cuerpos híper trabajados, con jugadores predestinados, tiene apenas hilos conductores hacia la versión original de este deporte. Uno de esos hilos pasa por esos extenuantes tiempos de prórroga en los juegos a eliminación directa.

 

Por ello, bienvenida la tecnología que erradique la injusticia, bienvenida la revisión en monitores de las acciones polémicas, pero no más cambios. Relevar a la tercera parte del colectivo basta. Tres sustituciones son suficientes e, incluso, dan pie a otro juego táctico: decidir agotar las modificaciones o aguantarlas.

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