El lunes pasado, durante la entrega del premio en honor a Robin Toner (1954-2008) –primera mujer corresponsal de política nacional en The New York Times-, el presidente Obama criticó a periodistas y medios de comunicación por no cubrir la sustancia de las campañas electorales, al dejarse llevar por la atmósfera carnavalesca que adoptaron –en gran parte, gracias a Donald Trump-. “Un trabajo bien hecho es más que simplemente darle a alguien un micrófono (…) en especial cuando los políticos presentan planes inviables o hacen promesas que no pueden cumplir(The New York Times, 2016). El periodismo valioso, dijo, es el “que reconoce su papel fundamental en la promoción de la ciudadanía”.

 

Obama admitió que varios líderes mundiales le han preguntado qué pasa con la política de su país. Y si bien reconoció que su trabajo no es decirle a los periodistas qué cubrir, sí espera que el periodismo no solo busque “alimentar a la bestia” con chismes e información rápida, ni que se convierta en uno en el que la “evidencia es opcional” (La Casa Blanca, 2016).

 

obama_reutersDe lo que realmente habla el presidente vecino es de la responsabilidad pública –y política- que tienen los medios de comunicación en el confrontado ambiente actual. Y de que una de sus principales funciones –cuestionar al poder- se queda corta cada vez que un periodista decide hablar de lo que Trump dijo de la esposa de Cruz, y no de la factibilidad o el riesgo de unas de sus propuestas.

 

Según The Brookings Institutionthink tank sin fines de lucro especializado en políticas públicas-, hay siete tendencias reconocibles en el comportamiento de los medios de comunicación actuales: los periódicos impresos son dinosaurios, las “noticias duras” están en riesgo, la televisión sigue siendo muy importante, la radio también, las noticias ahora son digitales, las redes sociales permiten que las noticias –y las “noticias”- se vuelvan virales, y las generaciones más jóvenes se informan mediante la comedia y el humor.

 

El tercer punto sobre las “noticias duras” –las importantes a niveles regionales o nacionales, y que suelen ser temas económicos, políticos, etc.- va claramente en línea con el diagnóstico de Obama. Los medios, con tal de no perder competitividad –no olvidemos que son negocios que deben generar dinero-, han tendido a apostar por información inmediata, menos trascendente o no siempre verificada.

 

El profesor de la Universidad de Oxford, Ben Dupré, lo explica mejor que yo: “Las empresas de medios se mueven por razones comerciales y tienden a publicar o emitir noticias que creen que serán de interés para el público. A menudo eso significa que se pone el énfasis más en la personalidad que en la política y hay una tendencia a centrarse en noticias “de interés humano”. Esto, sumado a que todo periodista sabe que generar alarma vende mejor que comunicar solamente hechos, es el mejor incentivo para generar periodismo basura, y, por ende, política basura.

 

Esta cuestión ya la abordaba el columnista político –y asesor ocasional de presidentes estadounidenses- Walter Lippmann en su libro “Libertad y prensa” (1920): “Se preguntan entonces si un gobierno (…) puede sobrevivir en un época en que la manufactura del consenso está en manos de una actividad privada que carece de regulación”. Así mismo, reitera: “En la medida en que se interponga entre el ciudadano común y los hechos una organización de noticias guiada por criterios enteramente privados y ajenos a todo examen (…) nadie podrá afirmar que la esencia del gobierno democrático está segura”.

 

Sí, los medios privados deben generar dinero, pero también deben asumir plenamente su responsabilidad pública: ellos escriben la “realidad” –Dupré dice que los medios actúan como filtro, determinando qué se informa y qué no- pero es obligación de la sociedad quitarle esas comillas. Porque si bien no es posible –ni deseable- aspirar a controlar lo que dicen los medios, sí podemos exigirles mayor calidad en sus contenidos, mejores fuentes en sus notas, y una neutralidad comprobable.

 

En México, estamos a tiempo de demandar información veraz –la comunicación únicamente de los hechos con un criterio de equilibrio entre los temas importantes y sus actores- a los medios. En 2018, ¿queremos un proceso electoral incivilizado como el estadounidense? Evitar esto requiere exigir su máxima capacidad de cuestionamiento e investigación a los medios, para que después éstos pongan esa información a disposición del electorado. Si lo que entregan es deficiente, sesgado o poco trascendente, la sociedad debe exigir de nuevo. Sistematizar eso no solo le daría más oídos a México, también le daría más bocas. Cierro con Lippmann: “La demagogia es un parásito que próspera donde el discernimiento falla”, porque “el demagogo (…) no es sino un mentiroso que no ha sido desenmascarado”.