BOGOTÁ. El suicidio entre los jóvenes indígenas colombianos ha crecido en los últimos años en el departamento amazónico del Vaupés hasta casi decuplicar la del resto del país, un drama reflejado en el documental “La selva inflada” que se estrenó esta semana.

 

“En el Vaupés la tasa de suicido es diez veces mayor que en el resto de Colombia. Es una región de selva que durante la mayor parte del siglo XX no tuvo un proceso de colonización, estuvo segregada por la violencia y el narcotráfico”, dijo a Efe el director de la cinta, Alejandro Naranjo.

 

Para el rodaje, el cineasta acompañó a un grupo de jóvenes indígenas en su escuela de Mitú, capital departamental, y en sus comunidades de origen.

 

Ese es uno de los principales elementos que, en opinión de Naranjo, ha hecho crecer el número de suicidios en la región: el encuentro entre dos culturas que se dio desde 1998.

 

En aquel año, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) tomaron Mitú durante unos días en una de las acciones más impactantes del conflicto armado colombiano.

 

En respuesta, el Gobierno nacional tras recuperar la capital del Vaupés fortaleció la presencia institucional en la zona.

 

“Fue a partir de ahí que empieza a llegar la modernidad, que se empiezan a registrar estos casos (de suicidio). Empiezas a ver que estos chicos, cuyos padres son completamente indígenas y venían de un mundo muy ancestral, tienen una brecha muy grande porque son modernos”, detalló Naranjo.

 

Desde 1998 “empezaron un cambio muy duro” y de un modo muy rápido que “muchos de ellos no pudieron afrontar”.

“(Hubo) un proceso de colonización y de encuentro de culturas”, agregó el director de la película que fue coproducida por Señal Colombia.

 

Sin embargo, Naranjo optó por enfocar el relato “no desde lo patético o de madres llorando”, sino que quiso que “los chicos que no se matan” cuenten su historia y la de sus compañeros que no tomaron la misma decisión que ellos.

 

El cineasta tuvo que trabajar con los jóvenes para conseguir que se expresaran ante la cámara con naturalidad y se convirtieran en un narrador de su propio entorno.

 

Durante el proceso alcanzó “un cierto grado de camaradería con los protagonistas” para hacer el documental.

 

“Es un trabajo de semanas, casi meses de estar con ellos, conseguir que se vinculen al proyecto, que les motivara, que les interesara, que fuese algo valioso para la vida de ellos”, dijo Naranjo.

 

Para que “confiasen en la cámara”, también tuvo que superar las barreras culturales entre él, nacido y crecido en la ciudad, y los jóvenes indígenas que han crecido en una cultura diferente.

 

Naranjo optó por no saltar esa cultura, sino por “ser muy consciente de que eres un extranjero” y por acercarse desde el respeto a las diferencias.

 

Asimismo, consideró que “no podía hacer una película con indígenas pretendiendo hacer un discurso indigenista”.

 

“Creo que lo que me ayudó mucho fue ser claro en que era un extranjero en esa zona. Siempre iba a haber un encuentro de ideas y los chicos veían que era una relación que les aportaba”, subrayó.

 

Una vez superadas esas barreras debió afrontar una situación emocionalmente tan dura como preguntar a los jóvenes “¿por qué se mató tu primo o tu amigo?”.

 

Ante esa cuestión siempre obtuvo como respuesta “cosas muy superficiales” como que “estaba borracho”, que “vio a la novia con otro” o “no tenía dinero”.

 

“Empiezas a ahondar y encuentras el mismo panorama de frustración, falta de alimentos o proyecto de vida que es lo que lleva al suicidio”, destacó.

 

Además, en la mayoría de los casos está involucrado el alcohol “que no era tradicional” para las comunidades hasta la llegada institucional de principios de siglo.

 

“Con este ambiente lleno de frustraciones te emborrachas y cualquier cosa se va a volver un móvil para suicidarse”, concluyó Naranjo.