“Los mexicanos vistos por sí mismos. Los grandes temas nacionales” (2015) es una colección de 26 libros que analizan 25 encuestas nacionales realizadas por el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, a compatriotas de 15 años o más. Al tratarse de asuntos mayúsculos, la serie contiene tomos variados: “Percepciones, pobreza, desigualdad”, “Una reflexión crítica sobre la salud de los mexicanos”, “Sentimientos y resentimientos de la nación” –sobre identidad y valores nacionales-, o “Entre mi casa y mi destino” –sobre movilidad y transporte en el país-.

 

El penúltimo tomo, “El déficit de la democracia en México”, realizado por Lorenzo Córdova, Julia Isabel Flores, Omar Alejandre y Salvador Vázquez del Mercado, está sustentado en la Encuesta Nacional de Cultura Política hecha por la UNAM, y da varias pistas de lo que la democracia –esa palabra gigante– significa para México. En el capítulo 10, hay datos reveladores. En primer lugar, a la pregunta “¿para qué sirve?” (gráfica 56), el 35.8 % de los encuestados contestó “para elegir a los gobernantes”; el 33.8 %, “para resolver las injusticias de la sociedad”; y el 20.8 %, “para que la gente le pueda exigir cuentas al gobierno”.

 

Al mencionar los “factores que definen a la democracia” (gráfica 57), el 28.6 % nombró “empleo para todos” –al parecer, muchos mexicanos le atribuyen ciertas bondades económicas-; el 21.6 % dijo “elecciones libres y equitativas”; el 19.8 %, “libertad para criticar al gobierno”; el 9.3 %, “impartición de justicia plena para todos”; el 8.8 %, “una menor diferencia de ingreso entre ricos y pobres” –si bien los extremos siempre vulnerarán la democracia, ésta última respuesta revela que la gran mayoría de los mexicanos no percibe la reducción de la desigualdad económica como algo inherente a esta forma de gobierno-; y el 8.2 % contestó “que el gobierno rinda cuentas a los ciudadanos”.

 

Al preguntárseles “para gobernar al país, ¿qué es preferible?” (gráfica 64), el 54.6 % declaró que la forma de gobierno en cuestión “es preferible a cualquier otra” –vale la pena examinar este dato frente al Informe 2015 de Latinobarómetro, que reveló que el 48 % de los mexicanos prefiere la democracia pero solo 19 % se declara satisfecho con la misma-; el 26.4 % contestó “en algunas circunstancias, un gobierno no democrático puede ser mejor”; y el 9.3 % declaró un preocupante “me da lo mismo”.

 

En cuanto a calidad, el 60 % piensa que México es “una democracia con problemas severos / menores” (gráfica 65); el 20.6 % ni siquiera cree que se nos pueda denominar así; y los más optimistas, el 13.6 %, consideran al país como una democracia plena –palabras mayores que, según el Democracy Index 2015 de la revista The Economist, aplican a países como Dinamarca, Canadá o Uruguay-.

 

Por otro lado, la pregunta “¿qué medidas le parece que podrían tomar para mejorar el funcionamiento de la democracia en México?” (cuadro 29), revela la carga ética implícita que el mexicano asocia –antes que muchas otras- al correcto desempeño de esta doctrina política. Las dos respuestas más mencionadas fueron “que haya más honradez”, con el 25.7 %, y “que el gobierno cumpla lo que promete”, con el 20.8 %. En otras palabras, el 46.5 % de los mexicanos parece decir algo como “primero que nada, no me juegues chueco”. Edificar un régimen con un proceso electoral equitativo que concilie la diversidad, un grueso conjunto de libertades civiles, una cultura cívico-política presente en la ciudadanía, y un gobierno regido por la transparencia y la rendición de cuentas, no es sencillo.

 

Algunos podrán decir que la pobreza, por ejemplo, es el problema más grande de México, y no su aún pendiente consolidación democrática. Ante dilemas así, considero pertinente remitirnos a la visión de Lawrence Lessig, activista y profesor de derecho en Harvard: no es un tema de tamaños, es de tiempos. El ser una democracia defectuosa tal vez no sea el mayor problema de un país, pero arreglarla, es el primer paso para resolver los demás con la debida representatividad que amerita el no dejar atrás a nadie.