Para toda una generación de aficionados mexicanos, visitar Canadá implicaba recuperar el grito más emotivo de Raúl Orvañanos: “Se va Luis Flores, atención, llega quién… ¡Hugo! ¡El Abuelo! ¡¡¡Goooool!!! ¡¡¡El Abuelo!!! ¡Estamos en el Mundial!”.

 

Sucedió en mayo de 1993. Por entonces, la Copa del Mundo sólo ofrecía un pase directo para Concacaf y el Tri tenía que sumar puntos en Toronto para meterse a Estados Unidos 1994 (lo contrario conllevaba una repesca primero ante Australia y después frente a Argentina).

 

A la vista de lo que ha sucedido desde aquel instante (seis calificaciones consecutivas a Mundiales, todas superando la primera ronda; seis títulos de Copa Oro; dos subcampeonatos y tres terceros sitios en Copa América), cuesta trabajo asimilar el cambio de fe tricolor a partir de aquella victoria en Toronto.

 

Por supuesto, ese rival canadiense apenas podía catalogarse como profesional; mucho más físico y esforzado que otra cosa, se basaba en elementos que militaban en universidad y divisiones inferiores del balompié británico. No obstante, en aquel mayo de 1993, se consumó todo un despertar tricolor.

 

La Selección Nacional venía de dos décadas de sinsabores, sólo interrumpidas por el Mundial de 1986 como local. Fracaso en el Premundial de Haití rumbo a Alemania 1974 (Trinidad y Tobago eliminó a los de casaca verde); desastre en Argentina 1978, con tres partidos calamitosos; nuevo ridículo rumbo a España 1982 (ahora derrota ante El Salvador); suspensión por el escándalo de los cachirules para Italia 1990; caída en semifinales de la primera edición de la Copa de Oro en 1991.

 

Por eso el proceso rumbo a EUA 1994 tuvo algo de resurrección y reencuentro con la afición mexicana. Tras ese cotejo en Toronto, vino la histórica Copa América de Ecuador, coronarse en la Copa Oro goleando a Estados Unidos, mostrar en Mundiales un temperamento diferente (acaso todavía insuficiente, pero distinto a lo del aciago período anterior), la corona en Copa Confederaciones 1999, ganar con recurrencia a Argentina y Brasil.

 

Ya después, en Canadá mismo y con Sven Göran Eriksson como seleccionador, padeceríamos mucho para acceder al Hexagonal rumbo a Sudáfrica 2010 (el gol de Vicente Matías Vuoso) y nos resignaríamos a que la eliminatoria de apariencia más sencilla, ya con tres plazas y media a repartir, sigue provocándonos úlceras. Aquello fue en Edmonton, y como muchas otras veces en tiempos recientes, el Tri tocó fondo, dio pena.

 

Este viernes, en Vancouver, México se meterá al Hexagonal con una victoria y sobrando aún la mitad de la fase. Ojalá que sea así. De una vez por todas necesitamos dejar de sufrir y posponer para la cómoda localía los resultados positivos.

 

Si algo hemos de destacar del equipo que se impuso en Toronto en 1993, son dos características que después se han echado en falta demasiado seguido: personalidad y estilo definido. Dos palabras que deben de ser punto de partida ahora que la era Juan Carlos Osorio continúa en fase inicial, cuando la ilusión es mucho más que la presión.

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