Luego los genocidios pasaron a segunda plana y después ni a eso, desparecieron de los periódicos. Eran obviedad de todos los días, como titular que dijera: “nos morimos de calor”. Fernando Vallejo.

 

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En la diégesis sobre lo sucedido en Iguala a los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa, confluyen aseveraciones y mitos que tratan de esbozar una realidad; las protestas y manifestaciones de repudio hacia lo desconocido se aglutinan en una frase: “nos faltan 43”. Una frase que, más allá de su valor sociológico, me resulta insignificante al llegar a las últimas páginas de Los 43 de Iguala de Sergio González Rodríguez.

 

México: verdad y reto de los estudiantes desaparecidos, es el título completo de la obra que evidentemente tiene su parte medular en lo ocurrido en el interior del estado de Guerrero durante septiembre de 2014.

 

 

En él, González Rodríguez retrata el caso desde muchas perspectivas desatendidas y casi olvidadas, su trabajo como investigador nos da acceso a un mapa sobre la situación geopolítica y social del país sobre el que habla; más que un mapa, por las propias características del tema, el estudio tiene más semejanza con una autopsia sobre el caso Ayotzinapa.

 

La lectura en cuestión, disecciona la anatomía de un sistema político y social putrefacto, lo hace con una visión ubicua apartada de la versión sujeta al maniqueísmo, el combate constante a la delincuencia y la inocencia de 43 víctimas enaltecidas por la opinión pública.

 

A los largo de poco más de 150 páginas, el autor nos posiciona en un marco judicial, referencial e histórico bien documentado y mejor argumentado; a través de éste nos permite redimensionar el tamaño del problema en las instituciones, nacionales e internacionales.

 

Con toda certeza, la reseña de esta obra me obliga a advertir al lector sobre la desventura y las vergüenzas de nuestro país, el autor no inculpa a una persona o institución en particular, su método enuncia las responsabilidades que nadie quiere reconocer: un retrato desmaquillado del movimiento normalista, el dogma de los grupos de izquierda radical, retrata los efectos de la pobreza, la desigualdad, la marginación, y el costo de una política incorrecta en el combate a la delincuencia.

 

Asimismo, devela la carencia de un derecho fundamental de acceso a la información, el presente de la labor periodística orillada a repetir la versión oficial y la <<verdad histórica>>, la reticencia obligada en líderes de opinión y demagógica en políticos e instituciones.

 

Sin lugar a dudas, Los 43 de Iguala es la crítica más desangelada de un país devastado y una sociedad secuestrada por la violencia, carente de esperanzas y oportunidades, inconsciente por la falta de información veraz que hace caso omiso a las llamadas de atención que activistas, periodistas y organismos internacionales denuncian.

Fundamentalmente presenta un panorama que desacredita la versión oficial sobre lo sucedido a los estudiantes, la certeza es que los 43 no están vivos, conforme a la investigación de las autoridades nacionales, pero tampoco murieron como se asegura, de acuerdo a la investigación de los organismos internacionales; están desaparecidos, están en un limbo en una era en la que todos somos estadística.

 

Al escribir estas líneas los titulares en los principales diarios de circulación nacional anuncian la muerte de 49 reclusos del Penal de Topo Chico, el asesinato de la periodista Anabel Flores y el hallazgo de casi tres mil fragmentos de restos humanos en un rancho de Veracruz, sólo por mencionar algunos.

 

No es una exageración repetir las líneas donde el autor asegura que: “Esta historia sucede ahora en otras partes del mundo de modo semejante y nos resistimos a verlo. Si alguien lo niega o lo duda, le reto a que lea completo este libro. Debemos recobrar la lucidez ante la actualidad del horror consentido, y ejercer la libertad de transformar lo aciago2.