Me perdí del diplomado de “Albures finos” de la Secretaría de Cultura.

 

Hubiera sido interesante tener mi diploma. Así, la destreza con el doble sentido que desarrollé en el barrio estaría legitimada por la máxima autoridad cultural del país. Tal vez podría dar clases.

 

No habría bronca si a la mesera, en el restaurante, o a un amigo que me invitó a comer le pido unos frijolitos y le digo que los-acostumbro con tortilla.

 

O que un compañero está blanco, como el color del te-hecho, pues tendría mi diploma que me avalaría como especialista en “Albures finos”.

 

Aunque se me hace más interesante estudiar el albur como una expresión de la cultura popular, que aprender “Albures finos”.

 

Definamos lo qué es el albur:

 

Se trata de un duelo verbal de alusión sexual, en donde el que gana es “el macho” y quien pierde es quien queda en el papel de “sometido”.

 

En términos utilizados por Octavio Paz en el Laberinto de la Soledad, el que gana es “el chingón” y el que pierde es “el chingado”, al que se “chingan”, claro, sexualmente.

 

En ese contexto Paz escribe: “El verbo (chingar) denota violencia, salir de sí mismo y penetrar por la fuerza en otro”. Ese es el eje central del duelo verbal.

 

Porque, como diría en su ensayo el ya fallecido Premio Nobel de Literatura mexicano: Se puede ser un chingón, un Gran Chingón (en los negocios, en la política, en el crimen, con las mujeres), pero no un chingado.

 

Porque “chingar es hacer violencia sobre otro. Es un verbo masculino, activo, cruel: pica, hiere, desgarra, mancha. Y provoca una amarga, resentida satisfacción en el que lo ejecuta”.

 

Por el contrario, nos dice:

 

“Lo chingado es lo pasivo, lo inerte y abierto, por oposición a lo que chinga, que es activo, agresivo y cerrado. El chingón es el macho, el que abre. La chingada, la hembra, la pasividad pura”.

 

En el albur, el que gana es “el chingón” y el que pierde es el “chingado”. Este es el discurso.

 

El juego es divertido. El duelo requiere de agilidad mental y, en muchos casos, de dominio del lenguaje. En otros casos no es necesario. El duelo es más directo: “Me das”, “te doy”, “me prestas”, etc.

 

Aunque tal vez no me perdí de mucho, resultaría  interesante tener un diploma de la Secretaría de Cultura que avala ese discurso.