Un viejo chiste mexicano recomendaba a los presidentes de la República alternar a los culpables por el desastre durante su sexenio. Primero, todo sería atribuido al anterior mandatario: los desfalcos, el descontento social, las huelgas, las impunidades heredadas. Segundo, apuntar al contexto mundial: si el petróleo, si la volatilidad bursátil, si el desempleo en Estados Unidos, si la burbuja inmobiliaria en Europa. Tercero, señalar a sus más cercanos colaboradores y efectuar cambios al gabinete.

 

Bajo tan básica guía parece moverse un personaje del futbol que calificaría como presidente de cualquier país con instituciones y democracia débiles. Florentino Pérez, magnate español de la construcción, toma las principales decisiones del Real Madrid desde el año 2000 (con un intervalo de renuncia entre 2006 y 2009, en el que se ganaron dos ligas consecutivas, algo jamás conseguido bajo su liderazgo).

 

Por poner paralelos entre el denominado Florentinato y el primer párrafo de este texto: suele empezar por echar directores técnicos bajo argumento de que “necesitamos un nuevo impulso” (término repetido en 2010 para prescindir de Manuel Pellegrini y en 2015 para dejar fuera a Carlo Ancelotti, que fue una manera de actualizar lo de “síntoma de agotamiento” que utilizó en 2003 al excluir al recién coronado Vicente del Bosque); después, bien puede continuar con protestar por arbitrajes, horarios, normativas y todo lo que embone en la noción de delirio de persecución (nunca mejor desarrollado que con el máximo exponente de esta materia, José Mourinho); como colofón, acusar a los futbolistas: si se les consiente mucho, si cobran demasiado, si no han estado a la altura, si su falta de disciplina, si su notable baja de juego.

 

Todo eso se resuelve con dos medidas cíclicas. Por un lado, cambios constantes de entrenador: once a lo largo de sus doce años como presidente madridista, contrastados con cinco en ese lapso en el Barcelona o, en otros gigantes europeos, siete en el Bayern y cuatro en Manchester United. Por el otro, fichajes millonarios, promesas de que el gasto se traducirá en títulos, engañarse pensando que un proyecto, una esencia, un rumbo, se pueden comprar.

 

¿En qué se parecen los directores técnicos Carlos Queiroz, José Antonio Camacho, Wanderlei Luxemburgo, Manuel Pellegrini, José Mourinho, Carlo Ancelotti y Rafael Benítez? En haber sido elegidos por Florentino y en nada más, lo que resume que su Madrid no sabe lo que quiere, pero tiene mucho dinero para buscarlo.

 

A eso se añade que sea el único equipo de esa dimensión sin un director deportivo. Las decisiones futbolísticas están concentradas en alguien, como Florentino, que tantos años y fracasos después no ha querido entender que no entiende.

 

El remate de la historia sería deseable por cualquier presidente constitucional al que ya no le son creíbles los tres culpables enlistados arriba: un cambio de estatutos que exige a todo aspirante a la presidencia del Madrid una fortuna personal superior a los ochenta millones de euros y veinte años de antigüedad como socios de la institución (restricción que difícilmente faculta para el cargo a alguien más que a él: la perpetuación en el poder está garantizada).

 

Culpar hoy a Zinedine Zidane es tan absurdo como haber pensado que con su llegada todo se remediaba. Lo mismo si se piensa en futbolistas fichados a cambio de decenas de millones para jugar casi siempre en donde jamás lo habían hecho.

 

Bien puede este Madrid ganar la Champions y más se engañará, porque eso no significará que haya remediado sus genuinos males. Mera tapadera provisional, como las de la última década y media, a crisis tan estructurales.

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