“En mi época, ir al Calderón era un partido fácil”, ha dicho uno de los grandes talentos no consumados del Real Madrid, por todos conocido como Guti. Frase que, a diferencia de las que comúnmente lanza este ex jugador, no es exageración.

 

Cuesta creerlo a la luz de lo que ha pasado en los últimos dos años y medio, pero esta historia apenas cambió el 17 de mayo de 2013 y en el mismísimo estadio Santiago Bernabéu.

 

A ese cotejo el Atlético de Madrid llegó arrastrando una fatídica racha ante su rival citadino: 14 años habían transcurrido sin que lograran imponerse los colchoneros, incluidas nueve victorias al hilo del Real Madrid.

 

Esa definición de Copa del Rey, recordada también por haber sido la debacle definitiva de José Mourinho, significó un cambio de orden que, no obstante, tendría un paréntesis supremo: un año y una semana más tarde, en Lisboa, la única Final de Champions League entre dos equipos de la misma ciudad.

 

El Atlético, que ya había demostrado su capacidad para desquiciar al Real Madrid, consiguió mantenerlo a raya hasta el tercer minuto de compensación. Ahí emergió el cabezazo de Sergio Ramos y lo que parecía hecho para sepultar la leyenda fatalista del cuadro rojiblanco, más bien robusteció el delirio de fracaso.

 

Cuarenta años antes, a los colchoneros se les apodó “Pupas” a partir de una declaración de su más célebre presidente, Vicente Calderón, tras la derrota en la Final de Copa de Campeones de Europa de 1974. Ese día, los colchoneros recibieron un tanto en tiempo de compensación tras un rarísimo disparo del futbolista menos brillante del Bayern Múnich, Hans-Georg Schwarzenbeck. Fue al minuto 120, justo al límite del tiempo extra tras el cual tenía que haber sido levantada la copa por el conjunto español. “Pupas” puede entenderse como salado o ya-merito, y el tristísimo Vicente Calderón sentenció a sus huestes con esa palabra: como pupas les ganó el título el Bayern, como pupas continuó su historia otras cuatro décadas, como pupas coleccionaron malas suertes, postes inverosímiles, títulos cantados que escapaban. Sobra decirlo, el gol de Ramos al 93 embonó con exactitud en tan tormentosa tradición.

 

Sucede que la gestión de Diego Simeone es demasiado corajuda y altiva, como para desmoralizarse; ni siquiera con toda una final de Champions ante el más odiado contrincante desplomada en compensación. Por eso, Lisboa es un punto medular en esta rivalidad, mas la verdadera coyuntura de nuestros tiempos para el derbi madrileño, es el trofeo menor de un año antes, esa Copa del Rey.

 

Guti no mintió: para su generación merengue, ir al Calderón era sacar en automático tres puntos. Los blancos actuales saben que, de un par de años para acá, lo que implique al Atlético como sinodal, es dolor y desgaste.

 

El partido de este sábado, con el Barcelona tan lejos, parece haber perdido relevancia competitiva. No así, psicológica: el termómetro del Atleti tiene como parámetro la capacidad para fastidiar a sus ricos vecinos; el nuevo termómetro del Real, escapado el Barça en una hegemonía ya muy duradera, es comenzar por devolver orden al mayor de los partidos de esa capital.

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