Unas horas nos separan de la elección más peculiar en la historia de la FIFA. Nunca, como este viernes, hubo cinco candidatos entre los cuales decidir. Nunca, como en esta ocasión, se adelantaron los comicios tras la súbita renuncia del anterior presidente (dimisión, nada menos, un par de días después de su reelección). Nunca, como esta vez, con un escándalo de tal magnitud que inhabilitó a los tres personajes más importantes de la administración futbolística (Joseph Blatter, Michel Platini, Jerome Valcke). Nunca, como en este 26 de febrero de 2016, con una posibilidad tan clara de que se imponga el primer mandatario no europeo o sudamericano.

 

La cúpula de la FIFA: historia más relacionada con la perpetuación en el poder que con el deporte mismo.

 

Desde 1920, cuando subió al puesto Jules Rimet, apenas han circulado seis presidentes. Dos de ellos (el belga Rodolphe Seeldrayers y el inglés Arthur Drewry) murieron en el cargo tras gestiones cortas. De entonces a la fecha, la única vez en que el presidente en funciones no se presentó a las elecciones, fue 1998, cuando Joao Havelange ya había cumplido 24 largos años en el trono del balón.

 

Por ello cuando Blatter se impuso al sueco Lennart Johansson previo a Francia 98, el acuerdo había sido que en 2002 se iría. La voluntad de los delegados europeos, encabezados por el dirigente escandinavo, era iniciar una genuina rotación del poder, lo que tendría que derivar en los puntos más frágiles del momento: transparencia y reforma (como dije aquí el lunes, las palabras más repetidas por los candidatos y, muy posiblemente, las palabras que se ausentarán de lo que sea que arranque el viernes en Zúrich).

 

Será una elección difícilmente dirimida en la primera vuelta (139 votos serían necesarios para evitar un desempate). Eso dejará, casi con toda probabilidad, al suizo Gianni Infantino y el jeque bahreiní Salman bin-Jalifa, en la definición en una segunda ronda.

 

De los tres candidatos que seguramente no llegarán a la final, sólo uno ha sido claro en el rival al que instaría a apoyar a sus seguidores: la visita guiada de Infantino por la cárcel de la isla de Robben, de la mano del hoy candidato y ex preso político Tokyo Sexwale, evidenció que los diez o doce votos del sudafricano, recalarán en el helvético.

 

El francés Jerome Champagne cuenta con el soporte de pocas federaciones (tal vez menos de ocho), que tienden a acercarse al jeque Salman. Eso, en virtud de la vieja relación de los dos con Blatter y de la añeja enemistad de Champagne con el máximo aliado de Infantino, que es Platini.

 

Así, la genuina clave para esa segunda vuelta estará en el único de los cinco postulados que contendió en 2015, cuando perdió ante Blatter. El príncipe jordano Ali bin-Hussein ha sido el más crítico respecto al proceso e incluso pidió esta semana que se pospusieran los comicios, por no garantizar transparencia y por su alto riesgo de sobornos (antes protestó que Salman violaba las reglas electorales al buscar votos en bloque por confederaciones continentales). Tiene quizá cuarenta apoyos, insuficientes para pasar de la primera vuelta, pero imprescindibles para agenciarse la segunda. El panarabismo o la solidaridad entre familias reales árabes no parece aplicar en su relación con Salman, por mucho que el bahreiní se refiera al jordano con aparente cariño. Sin que lo haya exteriorizado, no es descartable que Infantino logre pescar en ese río revuelto de votos del príncipe Alí.

 

¿Salman o Infantino? A unas horas de las elecciones más extrañas en la historia de la FIFA, a unos instantes de la tercera vez en casi un siglo en que el presidente no busca reelegirse sin que eso se deba a que ha fallecido en el cargo, creo que, con ayuda de Alí bin-Hussein, será Gianni Infantino.

 

Como sea, el escándalo no termina aquí. Seguirá.

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