Nunca he sido fanático del hip-hop o de lo que nos han querido vender como hip-hop en la última década. Como un movimiento sub-cultural salido del Bronx neoyorquino en los años 70 por parte de las comunidades afroamericanas y puertorriqueñas que habitaban esa zona de la Gran Manzana, comprendo que su espíritu es similar al del rock en cuanto a cuestionar a la autoridad y el status quo, entre otras cosas, pero también considero que es el responsable de haber asesinado a la buena música.

 

Antes, la música creada por las comunidades negras era brutal: jazz, blues, rhythm & blues, el sonido Motown y un largo etcétera. Ahora, la proliferación de artistas “estrellas” del hip-hop han llevado a la música, desde mi muy personal punto de vista, a un estado de degradación tal que ahora tenemos como Álbum del Año al 1989 de Taylor Swift, un buen disco de pop aunque sin mayor chiste que el atractivo físico de su creadora, melodías pegajosas y letras muy ad-hoc para las generaciones millenials, pero sin el impacto y trascendencia de un The Joshua Tree, un 52nd Street o un Thriller. Signos de los tiempos.

 

Pero esta columna no pretende ser un estudio del hip-hop, sino criticar a uno de sus artistas más famosos en la actualidad debido a su gran capacidad de… ¿qué? Como artista es mediocre, como personalidad es lamentable y como persona es simplemente deplorable. Me refiero a Kanye West.

 

Sí, el mismo Kanye que ha ganado 21 Grammys, que tiene tres de sus discos en la cuestionable lista de Rolling Stone de los 500 Mejores Álbumes de la Historia, que ha vendido más de 30 millones de discos, que es aclamado por millones y que, según Time, es una de las personas más influyentes del mundo. Ah, y que está casado con ese monumento a la estulticia llamado Kim Kardashian. Tal para cual.

 

Si el señor West es talentoso o no es algo completamente subjetivo. En mi muy particular punto de vista, Kanye le ha hecho más daño a la música (junto con toda su “familia” que incluye, básicamente, a Rihanna, Beyoncé y Jay-Z, las más grandes “estrellas de la escena mundial actual”) que beneficio. Rapero mediano, poco imaginativo y sin que aporte en realidad nada nuevo a la música, Kanye se ha vuelto famoso no sólo por su matrimonio con la insulsa Kardashian, sino por sus exabruptos fuera de escena. Si eres famoso no por lo que haces en el escenario, sino fuera de él, entonces es porque tienes que encubrir una serie de carencias poniéndote un disfraz de ser ‘cool’. Y Kanye es un maestro para eso.

 

Su lengua, por lo general, está desconectada de su proceso de pensamiento, escupiendo cualquier barbaridad que se le ocurra: desde autoproclamarse como la máxima estrella del rock (¿?) del mundo en 2013 en la BBC, pasando por su apoyo a otro personaje deplorable como Bill Cosby; declarando que él era “el mejor nuevo artista del año” en la entrega del Grammy de 2004 (cuando perdió dicho premio ante la cantante de country Gretchen Wilson), o mostrando su ínfima autoestima al decir que “su color” de raza no era el correcto porque perdió todos los premios a los que estaba nominado en los VMAs de 2007.

 

Pero sus más famosas demostraciones de estupidez han tenido a Taylor Swift como víctima y a Beyoncé en un plano cuasi virginal. Primero, en 2009, con su ya famosa interrupción a Swift mientras ésta agradecía tras haber recibido el premio de Mejor Video Femenino por “You Belong With Me”, que superó al “Single Ladies” de Beyoncé (por cierto, esposa de Jay Z, a quien Kanye se ha pegado cual vil rémora). “Quiero decir que el video de Beyoncé es uno de los mejores videos de todos los tiempos”, expresó ante la mirada atónita de Swift.

 

El año pasado, cuando Beck ganó el Grammy a Álbum del Año por Morning Phase, Kanye amenazó subir nuevamente a interrumpir, pero no lo hizo. Sin embargo, eso no impidió que expresara: “Beck debería respetar lo verdaderamente artístico, y debió haberle dado ese premio a Beyoncé”. Meses después de eso declaró, durante un inexplicable “homenaje” que se le realizó en los MTV Video Music Awards que “para 2020 me lanzaré como candidato a la presidencia”.

 

Pero quizá la gota que derramó el vaso y que demuestra la nula educación que lo acompaña y el deplorable estado mental en el que lo han dejado los millones de dólares que ha ganado, fue el lanzamiento de la canción “Famous”, de su más reciente –y no bien recibido- álbum, The Life of Pablo. En una parte de su letra, señala: “Siento que yo y Taylor podríamos tener sexo / ¿por qué? / Yo hice famosa a esa perra” (quizá al señor West se le olvidó que su esposa, considerada por miles como un simple adorno sin cerebro, se hizo famosa antes que él gracias a un video sexual con otra persona, Ray J)

 

Su declaración no sólo es misógina, retrógrada e imbécil, sino que le falta al respeto no sólo a Swift, sino a cualquier mujer que logre algo por su propio talento. La respuesta de Swift, al aceptar el premio a Álbum del Año en la reciente entrega del Grammy, fue contundente:

 

“Como la primera mujer en ganar dos veces el Grammy a Mejor Álbum del Año (hecho que, obviamente, West no ha logrado ni en sus mejores sueños), le quiero decir a todas las jóvenes: hay personas en el camino que tratarán de minar su éxito o tomarse el crédito por sus logros o su fama. Pero si se concentran en el trabajo y no dejan que estas personas las desvíen de su camino, algún día cuando lleguen a donde quieren estar, se darán cuenta que únicamente han sido ustedes y las personas que las aman quienes han llegado ahí, y es el mejor sentimiento del mundo”.

 

No siempre ocurre, pero un artista debería ser un ejemplo a seguir. Y Kanye West es un claro ejemplo… pero de la degradación moral a la que hemos llegado como sociedad, que aplaude a rabiar la vacuidad, la cultura de lo inexistente. Lleno de un ego desmedido, misógino, arrogante y alejado de cualquier tipo de tacto y contacto con la realidad, Kanye West es una de las celebridades más famosas, seguidas, admiradas y ricas del mundo… por las razones equivocadas, lo cual es todavía más lamentable. Pero como bien dice el dicho: “La culpa no la tiene el indio…”