Hay razones suficientes para pensar que esta semana debe ser de anuncios importantes para las finanzas públicas mexicanas, en virtud de los efectos locales de la turbulencia financiera global.

 

Primero, lo urgente. La cotización del peso frente al dólar ya penetró las entrañas de los mercados mexicanos y empieza a no ser negocio mantenerse en posiciones que se cotizan en una moneda que se deprecia sin freno.

 

Es verdad, como argumentan las autoridades, que la turbulencia llegó del exterior, que hay una sobrerreacción de los mercados  y que hay muchos aspectos donde la comparación es favorable para México frente a otras economías emergentes.

 

Pero también es cierto que durante estos turbulentos 45 primeros días del año permeó la sacudida externa a zonas estructurales de las finanzas públicas mexicanas.

 

Eran llevaderos los dólares a 15 pesos y los barriles de petróleo en 49 dólares como ocurría en el tercer trimestre del año pasado, pero dólares a casi 20 y los barriles también a casi 20 dólares implican un impacto directo en las razones internas.

 

Las medidas urgentes tienen que atender la realidad de que el peso es hoy blanco de la especulación. Pueden no ser parvadas de buitres especulando para tirar al peso y ganar en su desgracia, pero sí hay una presión de aquellos a los que libremente se les permitió el paso a los mercados de dinero y de renta variable  y a los que también les prometieron la libre salida por la puerta de la garantizada liquidez de dólares.

 

Si esta semana la bola de nieve sigue tirando la cotización del peso frente al dólar sin que la autoridad monetaria haga algo específico, veremos una afectación con sello totalmente local. Algo que llegue ya a las entrañas de la economía.

 

La urgente solución local puede correr por la mayor inyección de dólares vía reservas, lo que garantiza la liquidez pero no cambia la esencia de retener los capitales que ya salen.

 

Si los rendimientos negativos pueden motivar una estampida, hay que pagar la factura de la turbulencia a través de aumentar el premio hasta lograr un equilibrio entre depreciación y rendimiento.

 

Y las otras medidas que se tienen que anunciar ya, que tienen que superar el discurso, que es lo único que hay hasta ahora, corren por parte de la autoridad fiscal.

 

La promesa es tomar medidas paliativas a través de recortar el gasto público. Hay que recordar que el presupuesto de egresos de México tiene poco margen de recorte en función de la larga lista de compromisos irrenunciables que tiene.

 

Lo poco que le queda para recortar ha fallado hasta ahora en la promesa de partir de cero para gastar bien, entonces habrá de ser un gasto menor. ¿Pero dónde? Eso es lo que deberíamos saber esta misma semana.

 

Olvidémonos de la solución de fondo de aumentar los ingresos por la vía tributaria. Eso es algo que cambiaría para bien la suerte financiera del país, pero que su complejidad política y los cálculos electorales no le permiten al actual gobierno.

 

No puede, pues, pasar de esta semana antes de que salgan de su trinchera los que toman decisiones financieras en el país para decirnos y decir al mundo cómo le hacemos para salir de la mira de los que ya apuntan a México como una víctima más de lo que ocurre en el mundo.

 

Quizá habrá que esperar a que el Papa Francisco termine su visita a México para regresar a lo que es del César y dar cuenta de las medidas económicas a tomar.