Si el Super Bowl puede verse como termómetro de lo que pasa en la Unión Americana, entonces ha resultado evidente que la sociedad estadunidense no está todavía en paz (o no lo suficientemente).

 

Porque ya ha llegado a la Casablanca un presidente con ascendencia africana, incluso ha sido reelecto y está por cerrar su segundo cuatrienio. Porque ya es común tener presencia negra en mariscales de campo, algo poco habitual tiempo atrás (ha sido el cuarto Súper Tazón consecutivo que ve iniciar a un QB afroamericano). Porque casi 70% de quienes juegan en la NFL son negros.

 

No obstante, el quarterback de Carolina, Cam Newton, llegó al hartazgo con las reiteradas preguntas alusivas a su color (“ni siquiera quiero tocar el tema de si quarterback negro, porque este juego es mucho más grande que negro, blanco o incluso verde”), estamos a pocas semanas de una entrega de Premios Óscar protestada por la no consideración de actores afroamericanos (en palabras de Will Smith: “las nominaciones reflejan a la Academia, la Academia refleja la industria y la industria refleja a Estados Unidos. Este problema va mucho más allá”) y en la elección de entrenadores de la NFL se necesita una regulación –la Regla Rooney– que propicie igualdad de oportunidades a integrantes de todos los grupos de la población.

 

REUTERS_BEYONCÉ LATIEn ese marco de polarización, Beyoncé aprovechó su aparición en el medio tiempo para lanzar una serie de mensajes y, sobre todo, para dejar claro al mundo que los temas pendientes en materia de diversidad e integración, son muchos.

 

Sus bailarinas retomaron la vestimenta del movimiento Black Panthers de los años 70 y al terminar su presentación publicaron una fotografía levantando el puño derecho tal como hicieran John Carlos y Tommie Smith en la emblemática premiación de los Olímpicos de México 1968.

 

Además, en plena cancha mostraron el nombre de Mario Woods –el joven negro que fuera asesinado por la policía un par de meses atrás precisamente en San Francisco– y en su coreografía formaron una equis que pronto se relacionó con Malcolm X.

 

Con los mecanismos de censura que suele manejar la NFL en el día del año con mayor audiencia para cualquier transmisión televisiva (en una entrevista posterior al Super Bowl de 2012, Madonna me dijo claramente: “fui invitada a comportarme”), es difícil creer que la liga no estuviera al tanto o no se hubiese dado cuenta.

 

Un primer debate, imprescindible, es respecto a la viabilidad de efectuar protestas y manifestaciones políticas en un evento deportivo: ¿es adecuado?, ¿de ser así, cuál es el límite o quién tiene autoridad para fijarlo? Porque Beyoncé, en su espléndida actuación, reivindicó una causa que a mí me puede parecer tan legítima como urgente, aunque pronto habrá quien utilice ese espacio para reivindicar algo en lo que muchos no queramos ni pensar.

 

Un segundo debate es sobre lo que pasa hoy, en pleno 2016 y en días de muy extremos candidatos en sus elecciones primarias, en los Estados Unidos. Y lo que pasa es que, con o sin derecho de Beyoncé para hacer tan política su actuación, el color y el grupo étnico continúan importando.

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