La estricta teoría indica que quien más ha ganado, menos sabe cómo comportarse al perder, que la sonrisa en el máximo pedestal tiende a traducirse en indignidad al haber tropezado, que el favorito y eterno campeón padece más al no cumplir con los pronósticos; en definitiva, que, bajo pretexto de ser triunfador y no conformarse con nada más, una jornada de desilusión ha de cerrarse sin modales ni respeto.

 

Y entonces repasamos una imagen del fin de semana que amerita ser analizada. La Final femenil del Abierto de Australia no se definió hasta el último instante, con lo que Serena Williams apenas tuvo tiempo para digerir o anticipar que se vería privada del que lucía como su título 22 en Grand Slams. Un toque demasiado largo desde la red y todo se había esfumado en el primer match point del encuentro. ¿Qué hizo la multilaureada tenista estadounidense, mientras su contrincante, Angelique Kerber, se había desplomado sin dar crédito a la gesta? Poner una sonrisa y correr al otro lado de la red para abrazarla.

 

Espíritu deportivo en su máxima expresión, tan distinto a la primera parte de su carrera, cuando acarreaba mala fama como perdedora: problemas con jueces, destrozos de raquetas, poco crédito a los rivales, frases altisonantes. Fresca, con sus habituales soltura y carisma, con la mirada impregnada de cierta nostalgia por noches mejores, con risas al confundirse acaso por no dominar el protocolo que ha de seguir quien ha perdido la Final, hizo todavía más memorable la primera gran coronación de Kerber.

 

Llegada la premiación tomó con satisfacción el trofeo como subcampeona, refutando aquellos tópicos de quitarse la medalla de plata o renegar en el segundo sitio del podio, y dijo: “De verdad lo mereciste, jugaste el mejor tenis del torneo. Permíteme ser la primera en felicitarte. Estoy feliz por ti”.

 

Serena ha sido inmensa en la victoria desde 1999, cuando se impuso a Martina Hingis en su primer US Open. Es también una leyenda olímpica con cuatro medallas de oro. A menudo ha sido objeto de especulaciones por los métodos utilizados por su padre para hacerla campeona, aunque a todo ha respondido arrasando rivales. Como sea, ante Kerber perdió un partido, pero no la dignidad ni su magnitud histórica.

 

Habituados a las salidas de tono y sensatez de jóvenes y consagrados, lo del sábado ha sido más que un refresco, una lección. Tanto extrañó su actitud, que un reportero le dijo: “Te veías casi tan contenta como ella”. A lo que respondió con otra carcajada: “Quizá me deba de meter a clases de actuación”.

 

No por obvias, las palabras de Kerber en la misma premiación tienen desperdicio: “Escribiste la historia, eres una campeona. Eres una inspiración”.

 

Sin olvidar cómo saber ganar, Serena ha aprendido algo todavía más difícil: cómo saber perder.

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