Por edades y procesos, siempre pareció que Rafael Nadal heredaría y suplantaría a Roger Federer. Ser cinco años menor y haber emergido desde muy joven con semejante capacidad para desarmarlo, hacían ver al español como su relevo obvio en la cima.

 

Difícil prever que Novak Djokovic, apenas once meses menor que Nadal, sería el gran rival de Federer en la parte final de su carrera. Más difícil todavía, que por lesiones o desgaste en general, el de Basilea trascendería en el tiempo con tanta claridad al de Mallorca.

 

Decir que Federer es un predestinado, suena ya a pleonasmo. Su misma forma de jugar es la primera pista para comprender esa longevidad, para entender esa salud en cada uno de los violines que tiene por extremidades. También su dedicación, su disciplina espartana, su insaciabilidad y, un factor adicional, aportado por el máximo ganador de Grand Slams tras haberse clasificado a seminales del Abierto de Australia: “jugar, sobre todo, un tenis divertido para mí”.

 

Grandes leyendas de la música, al ser preguntadas por su hartazgo de tocar a perpetuidad la misma canción, admiten que suelen modificarle algo imperceptible: algún tiempo o acorde, algún experimento o esbozo. En el fondo, la meta puede ser parecida: seguirse divirtiendo, modificar su rutina, dar pauta a su propia recreación.

 

Nadie ha ganado más títulos varoniles de Grand Slam que él (17 por 14 de Pete Sampras y Nadal). Nadie ha alcanzado más Finales, Semifinales y Cuartos de Final. Nadie ha acudido a más Grand Slams consecutivos (¡65!) y nadie ha vencido en más partidos (302 contra 232 del siguiente, Jimmy Connors).

 

Números como para haberse cansado o, en el mejor de los casos, aburrido. Sin embargo, él continúa como siempre: apasionado, cuidadoso de cada movimiento, con alta cuota de autocrítica (tras arrasar a Thomas Berdych en poco más de dos horas, admitió: “hubiera querido que no me rompiera mi saque”), innovador (su reciente anticipación para contestar el saque rival ha generado debates) y, más relevante, obsesionado con la victoria.

 

Los seguidores de Federer tienen al menos desde 2011 pensando que las oportunidades de que incremente su cantidad de Grand Slams, están agotándose. Es verdad que desde Wimbledon 2012, no ha levantado un trofeo grande en la peor sequía de su trayectoria desde la corona en el US Open 2003. No obstante, cada que se piensa que ha capitulado y perdido la capacidad para plantar cara a las mejores raquetas, experimenta su enésima resurrección.

 

Tras abrir especialmente mal el año pasado (fuera de Australia en tercera ronda, eliminado de Francia en Cuartos de Final), fue capaz de meterse a las siguientes dos finales con una facilidad asombrosa. Ahí cayó a manos de Djokovic, pero evidenció que, como menos, en esta etapa tan tardía se mantiene en la mayor de las élites de su deporte, y si una final parece poca cosa a alguien, basta con recordar que gigantes como Guillermo Vilas o Jim Courier, no accedieron ni a nueve; que el gran John McEnroe estuvo en once y Boris Becker en diez.

 

Este jueves se reencontrará con la última de sus némesis en Semifinales. Nole Djokovic es el favorito: por la actualidad de su juego, por antecedentes, por ser con autoridad el mejor del circuito. En todo caso, resulta imposible descartar al Roger Federer que va camino a los 35 años. En todo caso, todavía es factible que acumule su corona 18. En todo caso, él se divertirá y ahí radicará la primera de sus lecciones para quienes deseen trascender en cualquier actividad.

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