La bola de nieve no es nueva. Bola que tiene varios años descendiendo veloz, incrementando su volumen de corrupción, ocultando con su cubierta blanca toda la podredumbre de su interior. No, la bola de nieve no es novedad, aunque de pronto sí visible.

 

El deporte enfrenta el momento más complicado de su historia moderna. A la mayúscula crisis en la FIFA (detenciones, inhabilitaciones y arrestos; desfalcos, desvíos y corruptelas; abusos de poder, compra de votos y remate de sedes mundialistas al mejor postor), se añadió recientemente el escándalo de dopaje en la Federación Internacional de Atletismo y ahora se agrega la revelación de una red de amaños de partidos en lo alto del circuito tenístico de la ATP.

 

Tres cabezas de la hidra que atacan a lo que en inicio, y desde entonces ya con hipocresía, se denominó juego limpio, honorable, caballeroso. Tres cabezas de la hidra (corrupción directiva; dopaje; amaños) cuyo común cuerpo persigue algo de los miles de millones que genera esta actividad. Tres cabezas de la hidra sólo saciables con poder y dinero, que en el deporte los hay a granel.

 

Ben Johnson, en Seúl 1988, no fue ni remotamente el primer atleta olímpico dopado; el tema es tan viejo que los competidores en la antigua Olimpia se estimulaban con opiáceos y que en los terceros Juegos modernos el ganador de la maratón (Thomas Hicks) consumió estricnina. Algo similar podemos decir de Lance Armstrong, despojado de siete Tours de Francia un siglo después de la presencia de nitroglicerina en ciclistas.

 

Caso parecido en cuanto a los amaños. Luce añejo el escándalo de la Serie Mundial de 1919 vendida por los Medias Blancas, pero ya en el siglo XIX las peleas de box solían alterarse. Qué decir de los recurrentes escándalos del futbol italiano (Paolo Rossi estuvo suspendido entre 1980 y 1981; la Juventus descendida en 2006) o del encarcelamiento de un árbitro alemán (Robert Hoyzer en 2005), anteriores a las actuales investigaciones en España y muy posteriores al Manchester United-Liverpool arreglado ya en 1915.

 

De manera tal que la bola de nieve es viejísima y que si hoy la hemos visto no ha sido por su tamaño, sino por encontrarnos en una etapa en la que así como parece más sencillo estafar, también lo es detectar.

 

El tenis, de aura tan señorial e impecable, no está exento de ese lado obscuro de la luna. De hecho, ningún deporte profesional que genere dinero y atención internacional lo está ni estará.

 

Comprobado que la ética no basta para evitar trampas, sólo queda recurrir al miedo a caer. Del directivo que al pedir dinero se expone a una detención en Zurich, del deportista que al adulterar su partido asume que puede implicar el final de su carrera, del dopado consciente de estar incurriendo en crímenes de naturaleza superior al deporte.

 

Dimensionado el tamaño de esta bola de nieve, no queda de otra. Tolerancia cero en donde no basta con ética, en donde los valores son una mera fachada. Aun bajo el entendido de que el mal, en mayor o menor medida, prevalecerá; aun bajo el entendido de que este organismo ha de lidiar con varios cánceres al mismo tiempo.

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