Para ser un proceso que lleva más de un siglo de antigüedad, ha sido más bien paulatino, aunque sin duda sólido. Proceso que este domingo ha llegado a un punto culminante, con el FC Barcelona emitiendo un tweet en el que se refería a Cataluña como su país. Proceso no exento de polémica, aunque, desde mi perspectiva, este último paso tampoco ha sido inesperado o sorpresivo.

 

Las respuestas han sido variadas y en algunos casos de elevada molestia. Evidentemente no todos los aficionados barcelonistas, ni siquiera todos los que al mismo tiempo son orgullosos catalanes (pienso, por ejemplo, en el célebre Joan Manuel Serrat), resultan partidarios de la independencia respecto al Estado Español.

 

Como sea, el Barça ha elevado su apuesta en una línea de ruptura que se ha acentuado desde que en 2003 tomara la presidencia del club Joan Laporta. Ese día fue cortada la bandera española de las instalaciones del equipo, dejándose clavado en el suelo un vestigio de pocos centímetros de altura, testimonio inequívoco de lo que solía y dejó de haber.

 

Es posible comprender la controversia desatada, pero a la vez no sentirse asombrados por una medida hecha con cálculo de todo lo que suponía. El presidente de la entidad, Josep María Bartomeu, había manifestado en su campaña que mantendría al equipo al margen de política. No obstante, eso es ya imposible.

 

Historia tan vieja que en 1925, durante la dictadura de Primo de Rivera, el estadio de Les Corts resultó clausurado por pitar el himno español; a consecuencia de eso, el fundador de la entidad blaugrana, el suizo Hans Gamper, sería expulsado del país. Pasada la Guerra Civil, Franco quiso modificar el sentido del Barça al intentar rebautizarlo “España” y cambiarle el uniforme. Tiempo después, el Camp Nou se convertiría en el único sitio donde se hablaba el prohibido idioma catalán y se reforzaba la noción de Mes que un club (“Más que un club”), misma que ha mantenido con los mosaicos que claman “Catalonia is not Spain” o con el grito de ¡In… inde… independència!, al minuto diecisiete con catorce segundos (alusivo a 1714, cuando los catalanes consideran que fueron sometidos por el Estado español). En 1972, con el dictador todavía en el trono, ya se imprimieron los registros de socios en catalán y en 1975, a un mes de su muerte, el Camp Nou fue el primer sitio de concentración masiva de banderas catalanas, precisamente en el primer Barça-Madrid post-dictadura.

 

A eso se añade la reciente decisión de la UEFA de multar al Barcelona por la presencia de Esteladas (banderas independentistas) durante partidos de Champions League, que sólo consiguió multiplicarlas en la tribuna.

 

La liga española ha salido de inmediato a reiterar que si se consumara la independencia, el Barça de ninguna forma podría continuar participando en este torneo. Como sea, la directiva blaugrana sabía a lo que se aventuraba con su mensaje y lo emitió con plena premeditación. Es su forma de pensar y su derecho a pensar así, por mucho que buena parte de sus millones de seguidores ni siquiera viven en Cataluña y muchos otros, que incluso son catalanes, no compartan esa visión.

 

Futbol y política: viejos afanes de mantenerse separados. Tan viejos, como ineficaces. Ineficaces en específico con clubes sustentados antes que por los goles por esa postura, por esa reivindicación.

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