Las últimas veces que altos dirigentes del futbol se han reunido en Zúrich, se saldaron con buena cantidad de arrestos, acusaciones, revelaciones, escándalos.

 

Este lunes, con los tres personajes más relevantes de la gestión del futbol hasta unos meses atrás (Joseph Blatter, Michel Platini, Jerome Valcke) suspendidos por casi una década y con buena parte de la clase directiva mundial en duda, la FIFA vivirá su jornada anual de fiesta.

 

Issa Hayatou, presidente interino casi por eliminación y quien a su vez estuvo acusado de corrupción, será el encargado de entregar el Balón de Oro al mejor futbolista del planeta. Acontecimiento que supera de lejos al mero trámite que supuso durante largas décadas, hoy ese acto de premiación excede en rating mundial y en impacto global a la gran mayoría de los partidos que se jugaron para que Lionel Messi, Cristiano Ronaldo y Neymar hayan escalado hasta ese podio.

 

Por eso cuando a inicios de junio Blatter se vio orillado a renunciar al cargo para el que había sido recién reelegido, se ocupó de darse suficiente tiempo para poder galardonar al futbolista del año 2015, entregar en esa gala un mensaje que seguramente habría sido sentimentalmente aclamado (que su vida dedicada a este deporte, que la nobleza de su misión, que la limpieza del juego, que la responsabilidad de quienes después vengan, que todo fue por amor, que la persecución de los envidiosos) y despedirse ahí de quienes desde 1998 formaron parte de su feligresía.

 

Todavía unos meses después, al ser detectado su inexplicable pago a Platini, la inhabilitación inicial de noventa días le daba pauta para reaparecer limpio en esa gala y decir adiós ante miles de millones de tele-espectadores, abrazando a quienes han sido los dueños del balón (aunque así lo haya creído, no él) al menos desde hace ocho años: Cristiano y Messi.

 

Esa gala en el Palacio de Congresos de Zúrich ofrece una ventaja por encima de otros momentos mediáticos en los que la estrella del directivo habría de refulgir: que en el discurso inaugural de un Mundial o en la entrega de la Copa FIFA tras la Final, se expone a una rechifla descomunal, lo que convierte tan visto momento en vergüenza y no en honor.

 

Día de Gala de FIFA, que más bien es la gala del futbol, de los futbolistas, de quienes juegan, de los goles, porque la FIFA, con cuentas congeladas, con sospechas y deslegitimaciones por doquier, con legiones de suspendidos y arrestados, no está para celebrar nada. No todavía. Una vez superadas las elecciones y eso si, por ejemplo, no queda en lo más alto uno de los individuos que encabezaron la represión de la Primavera Árabe bahreiní, sabremos qué tanto puede festejarse en el edificio ubicado en el número 20 de la FIFA-Strasse de Zúrich. Una vez concluidos los comicios y, sobre todo, percibido un cambio que de tan difícil y estructural, continúa siendo poco creíble.

 

La gran ventaja de este encuentro en relación con los últimos dos, será que todos quienes despierten en su habitación de hotel en Zúrich, lleguen al desayuno en plena libertad…, mas no es descartable lo contrario.

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.