Mal y muy pronto ha terminado lo que mal y para poco tiempo, mero año de transición y nada más, había comenzado.

 

Imposible la labor de un director técnico en el que ni siquiera cree su directiva, Rafael Benítez ya inició condenado. Si para colmo sustituyó a un personaje como Carlo Ancelotti, excepcionalmente adorado por el plantel y que al fin había hallado algo cercano al equilibrio, entonces su labor era quimérica más que titánica. Añádase a ello una metodología (si buena o mala, corresponde a otro debate) exhaustiva, intrusiva, desafiante para quienes se consideran estrellas consumadas, peor todavía. Y si en ese explosivo coctel se coloca un afán por, primero, seguir lo que se sabe son imposiciones presidenciales –consentir a Gareth Bale a jugar donde nunca ha brillado– y, segundo, distanciarse de algunos de sus hombres clave –de Cristiano que garantiza un gol por partido, pero también de Kroos, James, Pepe–, entonces queda eso. Ya si mencionamos que su Real Madrid, como la mayoría de los anteriores estaba mal reforzado y configurado, podemos catalogar esta debacle como todo menos sorpresiva.

 

Es fácil decir hoy que Ancelotti no se tenía que haber ido, aunque buena parte de su afición y el medio futbolístico, enfatizaron esa postura desde que brotaron los rumores de su no permanencia. No se tenía que haber ido por haber sacado petróleo del baldío al que le orilló su directiva, no se tenía que haber ido por la serenidad que impregnó tras la convulsión mourinhista, no se tenía que haber ido porque no había en el mercado nadie mejor a quien traer.

 

Como sucede con la chica que deja de ser deseada en cuanto da el sí, fue cuestión de que Florentino Pérez firmara a Carletto para que comenzara a verlo con ojos muy distintos a los de largos años en que se empecinó en convertirlo en estratega blanco. Con este faraón merengue aplica aquella máxima romántica: no consumar para no consumir, porque lo anhelado siempre le es lo ajeno, porque lo propio nunca le sacia, porque, al margen de eso, su intromisión siempre desvirtúa el proyecto por el que se inclinó (mala suerte que la única vez que cedió el mando, fue a un José Mourinho en estado de mil trincheras).

 

Con Zinedine Zidane, director técnico del equipo filial hasta este inicio de año, tendrán que cuidarse mucho más las formas. No es lo mismo zarandear y ningunear a un entrenador, por exitoso que sea, que hacerlo con una leyenda de la institución y del futbol mundial. Eso, sin embargo, no garantiza nada a Zizou.

 

Llega a un club descolgado de la pelea por el título (a cuatro puntos del líder Atlético, a cinco del Barcelona si ganara su partido pendiente), descalificado de la Copa del Rey por ineptitudes burocráticas (¡a esos niveles y presupuestos, una alineación indebida!) y firme en lo que será su meta, que es la Liga de Campeones (jugará los octavos de final contra la Roma en cinco semanas). Más grave, llega a un cuadro incapaz de hacer partido a sus rivales relevantes: goleado por el Barcelona, derrotado por Sevilla y Villarreal, igualado por Valencia y Atlético, sometido por el Paris Saint Germain al que milagrosamente se impuso en Champions

 

De la blanca Navidad, en la que Florentino decía que la solución era Rafael Benítez, al riesgo de otro año en blanco, en que ha truncado su enésimo proyecto. Benítez, en el que nunca se creyó y quien nunca debió de llegar, se va al cabo de un semestre. Se va, tal como no podía ser de otra forma.

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