“Predicad a vuestros soldados el fanatismo del honor, la abnegación a los intereses generales y la religión del deber, porque todos los milagros antiguos y modernos se han debido más bien a los sentimientos que animan a los soldados, que a la fortaleza material de las masas y al genio de sus jefes.”

 

“Si la corrupción invadiera vuestros ejércitos, ¿dónde hallarías defensores a la hora del peligro?”

 

-CASANDRA-Historia de Troya

 

Los ejércitos no son solamente la garantía del honor, de la independencia y de la salud de los Estados, sino que además, aseguran su prosperidad, apoyando en caso necesario las leyes y concurriendo así al mantenimiento del orden interno, del Estado de derecho, de la seguridad nacional; protegen el trabajo, las propiedades y la libertad de cada quien; defienden los intereses y la grandeza del país contra todos sus enemigos, sean quienes fueren, de donde vengan y de donde salgan. Es una tarea tan inmensa y tan difícil, que sólo puede confiarse a hombres de fibra y de corazón, en una palabra, a hombres escogidos.

 

Así pues, los hombres convocados por la ley para constituir los ejércitos son todos los hombres escogidos en la edad de la fuerza, la actividad y la abnegación. Formados en valores universales, familiares, morales, personales, militares y profesionales para dar ejemplo con su trabajo y diario quehacer en apoyo de las instituciones nacionales.

 

El soldado obra de una manera poderosa en las poblaciones de que forma parte, pues se separa de ellas casi niño, aprendiendo las nobles cualidades del soldado; fatigas, hambre, sed, privaciones de todas suertes, sufrimientos de toda especie, nada hay que no pueda afrontar y más cuando se trata de la gloria y el honor de su país.

 

¡Tiempo, voluntad, salud y afecciones, y hasta la vida, todo sabe y debe sacrificarlo cuando la Patria lo demanda! Porque el deber es aquello a que se está obligado por la naturaleza, la conciencia y la ley; porque la ley y el Estado de derecho se los debemos a la Patria, al gobierno y a los conciudadanos.

 

¡La disciplina es el alma de los ejércitos!; del mantenimiento y de la exacta observancia de la misma depende la fortaleza de las tropas y el éxito de sus misiones. La disciplina no es interpretativa, es la norma a que los militares deben ajustar su conducta; tiene como bases la obediencia y un alto concepto del honor, de la justicia y de la moral y por objeto, el fiel y exacto cumplimiento de los deberes que prescriben las leyes y reglamentos militares.

 

La vida militar empieza en las unidades, en los cuarteles, en las Escuelas, en los Colegios, en las dependencias en donde los jóvenes se alistan para formarse militarmente y servir a la Nación y algunos alcanzar el generalato a través de más de 30 años de servicio ininterrumpido y más de 40 para ser General de División, porque como reza el reglamento: La categoría de General implica haber llegado al máximo del perfeccionamiento en todas las cualidades, virtudes, conocimientos, práctica del mando y experiencia militar.

 

Y así se pasa la vida, la vida de los soldados, de los militares, de los generales, llevando con orgullo el uniforme militar, el hábito del soldado, que honra siempre al hombre que tiene derecho a portarlo con orgullo, con marcialidad y dignidad que lo eleva, cualquiera que sea su rango o jerarquía.

 

Acaban de fallecer dos señores generales que fueron jefes del Estado Mayor Presidencial, que nos enseñaron a servir a México, a servir al jefe del Estado mexicano, al jefe de Gobierno y Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas Mexicanas con una lealtad inquebrantable y a anteponer los interés nacionales a todos los intereses particulares.

 

Dos generales pundonorosos y excepcionales que crecieron juntos, que se conocieron siendo cadetes en el Heroico Colegio Militar; de la misma antigüedad, uno del arma de Artillería y el otro del arma de Caballería, uno originario del estado de Puebla y el otro del estado de San Luis Potosí, compañeros y alumnos de la misma promoción en la Escuela Superior de Guerra, en donde se distinguieron por sus capacidades intelectuales y virtudes militares: y juntos llegaron como jefes de Sección al Estado Mayor Presidencial, hasta alcanzar la jefatura del mismo, uno en 1976 y el otro en 1982, ambos con reconocimientos institucionales.

 

Gracias a los generales de Div. DEM., Miguel Ángel Godínez Bravo y Carlos Humberto Bermúdez Dávila, por sus lecciones, por su paciencia, por su don de mando, por el espíritu de cuerpo que arraigaron y por su mano y voz enérgica en los momentos difíciles y su sonrisa amigable en la tranquilidad. Siempre estarán a nuestro lado y sus fundamentos y valores seguirán siendo normas inquebrantables a seguir. Gracias por lo mucho que nos enseñaron, por la sabiduría e importancia de su experiencia militar que nos transmitieron y legaron para apoyar y defender a las instituciones nacionales. Descansen en paz.