PARÍS. Aunque Francia cuenta con un nutrido historial de muertes terroristas en sus calles, con atentados perpetrados por comandos de ultraderecha, grupos de extrema izquierda, independentistas y religiosos, el 2015 se ha convertido en un año marcado con sangre por el yihadismo.

 

En los primeros días de enero, entre el 7 y el 9, tres terroristas lanzaron una serie de ataques en París que tenían como objetivo la sede del semanario satírico Charlie Hebdo, una agente de policía y un supermercado judío.

 

Se organizaron en dos comandos y atacaron sus objetivos independientemente. El primero lo formaban los hermanos franceses Chérif y Said Kouachi, que penetraron en las oficinas de esa revista armados con subfusiles y mataron a 12 personas, entre ellas varios dibujantes emblemáticos de la cabecera. Al Qaeda de la Península Arábiga (AQPA) reivindicó el atentado.

 

Huyeron y se atrincheraron en una imprenta cercana a París, donde fueron abatidos por la policía dos días después.

 

Su muerte se produjo casi al mismo tiempo que la de Amedy Coulibaly, otro ciudadano con pasaporte francés que en esos mismos días mató a una agente de policía y a cuatro personas en un supermercado judío del este de París durante una toma de rehenes en la que fue liquidado por las fuerzas especiales.

 

Aquellos atentados, con un alto contenido simbólico contra la libertad de prensa, generaron una reacción de solidaridad espontánea en París y en todo el mundo que las redes sociales resumieron en la etiqueta #JeSuisCharlie (Yo soy Charlie).

 

Francia ya había sufrido atentados terroristas con el fanatismo islamista de fondo, por ejemplo en 2012, cuando el “lobo solitario” francés de origen argelino Mohamed Merah asesinó en Toulouse (sur) y sus alrededores a siete personas en varios días, cuatro de ellos a las puertas de un colegio judío.

 

Pero el atentado contra Charlie Hebdo desató una indignación sin precedentes en la sociedad francesa, que salió a la calle sin miedo a defender su libertad.

 

A partir de esos ataques, París elevó su nivel de alerta antiterrorista y se movilizaron 10.000 militares para proteger el territorio francés, al tiempo que grupos islamistas como el Estado Islámico (EI) multiplicaban sus amenazas contra Francia.

 

En febrero, tres militares que custodiaban un centro judío fueron atacados con un cuchillo por Moussa Coulibaly, un radical de 30 años que había estado sometido a vigilancia policial, sin que los agentes sospecharan que preparaba un atentado inminente.

 

Dos meses más tarde, el 19 de abril, un estudiante argelino de informática, Sid Ahmed Ghlam, fue detenido en París en posesión de armamento pesado, como sospechoso de haber matado a una mujer y de prepara un atentado contra una iglesia. Confesó que también quería atacar un tren.

 

Pero el primer atentado mortal tras los ataques de enero no se produjo hasta el 26 de junio, cuando el transportista Yassin Salhi decapitó a su jefe a las afueras de Lyon y dejó el cuerpo rodeado de banderas del EI en una fábrica química contra la que intentó atentar, antes de ser reducido por un bombero.

 

El crimen se produjo solo dos días después de que la Asamblea Nacional francesa aprobara una nueva ley para ampliar las competencias de los servicios secretos, con menos restricciones para interceptar comunicaciones y el foco puesto en el integrismo.

 

Tres semanas después, la sombra del terror yihadista volvió a dejarse notar en Francia: cuatro jóvenes de entre 16 y 23 años fueron detenidos y acusados de planear atacar un enclave militar y de querer grabar la decapitación de un oficial en nombre del EI.

 

También durante el verano europeo, esta vez en un tren de alta velocidad Thalys que viajaba de Ámsterdam a París, el marroquí Ayoub El-Kahzzani, de 26 años, protagonizó una nueva tentativa de ataque.

 

Llevaba un kalashnikov, nueve cargadores, una pistola automática y un cúter, pero tres pasajeros estadounidenses y uno británico lograron reducirle en un acto de heroísmo aplaudido por los respectivos gobiernos.

 

Fue el último atentado antes de la terrible oleada de ataques de anoche, que han causado más de 120 muertos y dos centenares de heridos, en un año en el que las autoridades francesas han detenido a 370 personas por supuestos vínculos con el yihadismo.

 

Entre ellos, un hombre de nacionalidad francesa que había estado en Siria, y que planeaba atentar contra una sala de conciertos en Francia. Fue en septiembre, solo una semana antes de que Francia empezara a bombardear Siria, como viene haciendo desde 2014 en Irak, y dos meses antes de que el emblemático Bataclan fuera atacado ayer.