Una advertencia casi innecesaria, si no fuera porque justo ese tipo de advertencias son las que hacen tan particular a ese personaje llamado Zlatan Ibrahimovic: “en el París Saint Germain sólo hay un jefe, que soy yo”, respondió ante las especulaciones sobre un fichaje de Cristiano Ronaldo por el cuadro parisino.

 

Nadie en su sano juicio lograría imaginarse juntos a los dos cracks más que en alguna partida de videojuego o, ya con un tanto de esfuerzo, en compromisos amistosos de carácter altruista: alejarse del ámbito competitivo sería la única aparente solución para su feliz convivencia.

 

En un deporte de conjunto, ellos dos refutan al colectivo en aras del ego. Lo anterior, no nos confundamos, casi siempre para evidente beneficio del club en el que militan. Sabedores de que el sometimiento a su vanidad futbolística reditúa en goles y victorias, sus compañeros suelen acceder a esa voluntad.

 

Nada nuevo. Bien sabido es que quienes jugaron con Pelé, tanto en el Santos como en la selección brasileña, tenían mayor obligación de demostrar su valía a O Rei que al entrenador, así como Didí fracasó en el más glorioso Real Madrid por no respetar la jerarquía de Alfredo Di Stéfano (cosa que sí hicieron, no con pocos problemas, astros merengues de la dimensión de Raymond Kopa o Ferenk Puskas).

 

Acaso la gran excepción que confirma la regla es el Madrid de los Galácticos, aunque, siendo sinceros, fueron escasos sus títulos cosechados. Tuve oportunidad de ver y vivir de cerca la armonía imperante entre todos ellos; alguna vez, en la Gala de la FIFA, Zinedine Zidane y Luis Figo llegaron en el mismo coche, como lo que eran: dos amigos para los que es más cómodo irse acompañados que en solitario.

 

¿Zizou montando en cólera porque Ronaldo o Figo no le cedieran la pelota? ¿Rivalidad por el Balón de Oro ganado por esos años por esos tres elementos? No es el recuerdo que impera de ese equipo, como sí acontece a menudo en las relaciones de Cristiano e Ibra con sus respectivos coequiperos; algo similar puede decirse de Lionel Messi y sus imposiciones (llamémosle, benévola dictadura) en el Barcelona: quién juega y en dónde, ha sido decisión del genio rosarino.

 

No. De ninguna forma me imagino juntos a Zlatan y Cristiano. Sólo un magnate afanoso de reunir la mejor colección de cromos se expondría a tamaño riesgo, descripción que bien sirve para el jeque propietario del PSG, lo que abre la posibilidad.

 

El gafete de capitán dice menos en el futbol actual que las verdaderas dinámicas de correlación de poder. Y en ellas, cuesta hacer espacio para dos titanes de tal temperamento y vocación de mando. Una simple ecuación establecería que dos individuos empecinados en mejorarse a sí mismos y ganarlo todo, serían complemento idóneo. La práctica, dicta lo contrario.

 

Por eso la sincera declaración de Zlatan ha brotado ante los rumores por las palabras al oído de Cristiano al entrenador y presidente del PSG: porque nadie se imagina al portugués en actitud de segundo en discordia o regalando la mínima cuota de un protagonismo que hoy es del sueco.

 

No es casual que en esta era de híper endiosamiento de los mayores talentos del balón, se haya hecho más complicado visualizarlos con el mismo uniforme. Sobre todo cuando es común verlos disputar simultáneamente un partido contra el rival y otro contra sus propios registros, contra sí mismos.

 

Son los bemoles de compartir equipo: que balón sólo hay uno y gloria, evidentemente, también.

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