Del balón a las pistas, el nuevo escándalo del deporte está en la Federación Internacional de Atletismo (por sus siglas, IAAF). Las instalaciones del organismo en Mónaco han sido allanadas, en búsqueda de pruebas del dopaje encubierto a atletas rusos.

 

Querellas a las que la gestión deportiva comienza a acostumbrarse, con la diferencia de que en el caso futbolístico aludía meramente a sobornos y turbios manejos en las oficinas, al tiempo que aquí se relaciona directamente con la competencia, con permitir que queden impunes quienes han hecho trampa y conserven sus medallas.

 

Un nuevo escándalo que, como ha sucedido con el de la FIFA, tiene cierto trasfondo geopolítico. Meses atrás, cuando ya se veía venir esta problemática, las autoridades rusas la achacaban tanto a la lucha por el poder en la IAAF (el presidente implicado, el senegalés Lamine Diack, ya abandonó el cargo) como a una persecución específica a los deportistas de este país. “El escándalo no guarda relación con Rusia. Tiene que ver con el sistema atlético. Pero alguien está tratando de presentarlo de manera que que nosotros fuéramos los principales implicados en el sistema”, aseveraba el ministro ruso del deporte, Vitaly Mutko.

 

Puestos a ver esta situación bajo un prisma de Guerra Fría, el campo británico-estadounidense se ha hecho con el poder en esta federación a raíz de la asignación como presidente del inglés Lord Sebastian Coe (paralelo-FIFA: la intentona UK-USA de tomar los Mundiales de futbol 2018 y 2022, otorgados a Rusia y Qatar). Al tomar el puesto, Seb Coe aseguró que no estaba al tanto de irregularidades o pagos para encubrir casos de dopaje, mas su discurso se ha modificado sustancialmente y hoy estuvo a las órdenes de la policía francesa para llevar el caso hasta sus últimas consecuencias.

 

Y no es para menos porque, política al margen, el asunto es demasiado grave. Gabriel Dollé, ex director del departamento de antidopaje de la IAAF, ha sido arrestado y seguramente las revelaciones continuarán. Por tratarse directamente de pagar por encubrir trampas suscitadas en pista, me atrevo a decir que esto es más delicado que el FIFA-Gate.

 

Uno de los episodios medulares es el doping de la maratonista Liliya Shobukhova, quien admitió a un documental alemán que tuvo que pagar a autoridades deportivas de su país, 450 mil dólares presuntamente gastados para ocultar sus pruebas positivas. Esa investigación asegura que el 99% de los competidores rusos estaban dopados, lo cual habría sido enmascarado por un sistema de sobornos. De ser cierto, estaríamos ante un esquema muy similar al de la extinta Alemania Democrática, con el dopaje generalizado, institucionalizado e industrializado desde las más altas esferas.

 

En el fondo, algo que no debemos de olvidar: no es que el deporte en su gestión esté podrido; es, simplemente, que refleja al mundo en el que se desarrolla. Y que desplaza mucho dinero. Y que a eso se añade politiquería. Y que los triunfos en estadios se traducen en poder.

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