Vuelta a vuelta, curva a curva, meta a meta, los bólidos alcanzan hasta 350 kilómetros por hora. A su alrededor, el mayor de los frenesís que pueda hallarse de manera recurrente en el mundo del deporte o, incluso más allá, en todo contexto de la sociedad.

 

La Fórmula Uno ha conseguido que cada uno de sus diecinueve Grandes Premios, vayan cargados de tanto glamour como expectación, de tanta sensación de novedad como de sorpresa, y, sobre todo, de tanto, tantísimo, dinero.

 

Bernie Ecclestone es el hombre que ha conseguido lanzar a la categoría máxima del deporte motor a esa dimensión y anularle por completo la sensación de rutina que tarde o temprano contamina a otras disciplinas. La FIFA tiene su evento cumbre cada cuatro años, cuyo encanto parece radicar precisamente en la excepcionalidad, en el saber que debe de transcurrir demasiado tiempo para gozarlo. Los deportes estadounidenses tienen su clímax mediático con el Super Bowl, pero eso acontece una vez al año. La F1 lo consigue en casi veinte ocasiones anuales, perfectamente desperdigadas por territorios, idiomas, husos horarios, religiones, culturas, lo que le ha permitido conquistar el planeta.

 

La Fórmula Uno comenzó en 1950 con siete fechas, seis de ellas en Europa occidental y la restante en Estados Unidos. La primera vez que giró hacia América Latina fue en 1953, con Argentina, al tiempo que llegó a África nueve años más tarde, con la Sudáfrica del apartheid (para efectos prácticos, un islote al margen de su continente). Todavía a inicios de los setenta no alcanzaba la docena de etapas y la verdadera apertura sería por demás lenta. Japón incursionó en 1976, Australia en 1985, Malasia en 1999, China y Bahréin en 2004, Turquía en 2005, Abu Dhabi en 2009, Corea del Sur y Singapur en 2010, India en 2011, Rusia en 2014, México en su regreso en este 2015.

 

Ecclestone entiende en dónde está el dinero y hacia allá ha dirigido su espectáculo. Apenas seis carreras se mantienen en el oeste de Europa y el resto está estratégicamente distribuido, en un juego digno de equilibristas y artistas de la geopolítica: la Europa central que fue comunista (Hungría), el Lejano Oriente con sus dos gigantes (Japón y China), Oceanía (Australia), el sureste asiáticos con dos caras vecinas pero opuestas (Singapur y Malasia), el Golfo Pérsico (Bahréin y Abu Dhabi), diversas caras de América (Canadá, EUA, México y Brasil), más la indispensable –en términos económicos– Rusia, que decidió llevar su prueba al Mar Negro, en Sochi. Para el próximo año viene Azerbaiyán y se espera a la brevedad el regreso tanto de Corea como India. Por delante queda el retorno a África (Ciudad del Cabo está en negociaciones) y podrá decirse que estarán completos.

 

Un circo que va rotando de país en país con sus toneladas de contenedores y expectación. Puesta en escena que genera poderoso posicionamiento a sus anfitriones: como destino turístico, como socio comercial, como cultura, como marca en general. Al tiempo, produce a cada temporada no menos de 1,600 millones de dólares y permite a algunos de sus pilotos engrosar las listas de deportistas mejor pagados.

 

Avanza el monoplaza a 350 kilómetros por hora. A su alrededor, el mundo va mucho más lento, ocupado en contar billetes, ocupado en magnificar lo que acontece a toda escala en cada parada del serial.

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