La noticia es que, resultando tan recurrente, continúe siendo noticia: México ha salido de la primera ronda del Mundial Sub-17 con victorias sobre Argentina y Alemania para clasificarse a Octavos de Final en primer lugar de su grupo.

 

Nada de qué extrañarnos si se consideran las tres finales alcanzadas –dos de ellas ganadas– en los últimos 10 años. Nada de qué sorprendernos, sobre todo, si se escucha que el objetivo de estos muchachos ha sido unánime desde que aterrizaron en Chile para el torneo: sólo se conforman con ser campeones, vienen a eso y a nada más, en su mente no hay ni cuarto ni quinto ni sexto partido, sino la meta única de levantar la copa.

 

Otra manera de pensar, otra manera de creer, otra manera de jugar. La excusa no se antepone al partido, la barrera sólo es el cielo mismo.

 

Un periodista británico preguntaba el viernes al seleccionador mexicano, Mario Arteaga, respecto a lo que evidentemente está haciendo tan bien el futbol mexicano, respecto al trabajo en clubes y selecciones para propiciar tan notable rendimiento, respecto al ejemplo que nuestro balompié bien puede dar a otros más laureados.

 

Lo que no preguntó, y es tema de un debate igual o más relevante, es lo que no se ha logrado hacer para trasladar esa excelencia a nivel mayor. Siendo optimistas, el escenario tampoco es desastroso; de los campeones de 2005 han brotado múltiples mundialistas como Carlos, Vela, Héctor Moreno, Giovani Dos Santos, Efraín Juárez, pero no podemos resignarnos a que quienes en la adolescencia son líderes, se limiten en la adultez a estar entre los dieciséis del mundo. Si un futbol logra ser de excelencia a nivel Sub-17, tiene que prolongar esa inercia hasta categoría mayor. Todo lo demás es un proyecto inacabado, no consumado, por ende fallido.

 

Por supuesto que no es sencillo lo que acontece entre esa edad y la consagración unos siete años después. Cambia el cuerpo, aunque, más determinante, cambia la mente bajo un torbellino de vanidad y fama, de ocio e indisciplina, de glamur y dinero. Si a eso añadimos las paupérrimas oportunidades que reciben en primera división para de verdad seguir creciendo, el panorama se nubla demasiado.

 

Argentina ha hecho la peor copa de su historia, eliminada con tres derrotas y un balance de menos siete goles, mas no dudo que en un par de años alguno de estos seleccionados albicelestes se vaya a Europa por quince millones de euros y otro más lo alcance poco después por veinte.

 

En cuanto a los alemanes, será cuestión de tiempo para que el camino lleve a varios a la selección grande. Mientras que Emre Can, su figura en el Mundial 2011 cuando cayeron en semifinales con México, ya destaca en el Liverpool inglés y ha sido convocado por Joachim Löw, a los tricolores les cuesta muchísimo despuntar.

 

Jonathan Espericueta, aclamado como la mejor zurda a nivel mundial de su generación, apenas ha actuado en primera división. Jorge Gómez, apodado La Momia por el vendaje de su cabeza al anotar de chilena, deambula por categoría de ascenso tras haberse dejado de comportar como deportista. El mejor escenario lo tiene Carlos Fierro en Chivas, aunque con 21 años eso tendría que ser la norma para al menos una docena de los otrora niños héroes.

 

Nada garantiza que esta triunfal fase de grupos en Chile 2015 se traduzca en otro título o en alcanzar determinada ronda. Lo indiscutible es que somos diferentes y competimos diferente a esa edad. Luego, mucho se desploma.

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