La verdadera pugna por ganar el derecho a albergar una Copa del Mundo es reciente. Podemos afirmar que este fenómeno nació cuando la FIFA decidió salir de la dicotomía europeo-americana y ofreció el certamen de 2002 a Asia.

 

Un rápido repaso nos permite analizar el nuevo escándalo en el planeta FIFA, que apunta a los alemanes y el Mundial 2006 (situación nada nueva, si se detalla, como a continuación haremos, que esa ha sido, y no Qatar 2022, la votación más polémica).

 

El asunto es que hasta antes de Corea-Japón 2002, la concesión de una sede mundialista se manejaba bajo presiones políticas, pero casi siempre logrando que a la asamblea llegaran no más de dos candidatos o incluso uno. Alemania Federal no tuvo rival para 1974, como tampoco Argentina para 1978, España para 1982 o Colombia para 1986 (finalmente renunciaría y México entraría al quite).

 

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Hacia 1995, la FIFA terminó de asimilar que para incrementar audiencias y patrocinios, necesitaba explorar nuevos horizontes. El Mundial de 1994 no sedujo, como se había fantaseado, a la reacia población estadounidense. La mira se apuntaba hacia el Lejano Oriente. Los japoneses siempre fueron los predilectos, pero los sudcoreanos lo pusieron muy difícil. Después de tremendos repartos de dinero, favores económicos (inversiones de multinacionales de estos países en sitios convenidos) y no pocas pugnas políticas, tuvimos el único Mundial en dos países.

 

Eran los años de máximo dominio de Joao Havelange y la manera de adjudicar una sede había cambiado para siempre. Hasta ese instante, las sospechas de corrupción se enfocaban en la elección de un presidente de la FIFA, pero no directamente a este proceso.

 

Mucho antes de que el balón rodara en el Estadio de Seúl, el recién elegido Joseph Blatter prometió a sus amigos africanos (determinantes para que accediera a la silla grande de la FIFA en 1998) que el 2006 era suyo. En un mundo que había dejado de creer en algo, Sudáfrica constituía el primer sueño en mucho tiempo; la guerra civil augurada no había estallado y la sonrisa de Nelson Mandela bastaba para mandar un mensaje distinto al planeta.

 

mandela_EFESólo los alemanes parecían saber que el Mundial de África se pospondría cuatro años. En una entrevista conjunta que hice con Wolfgand Niersbach (actual presidente de la federación teutona) y Franz Beckenbauer (titular del Comité Organizador de aquel Mundial), el primero me explicaba que estaba tan seguro de la victoria como diez años antes, cuando era jefe de prensa de esta selección y se coronaron en Italia 1990; en pocas palabras, que hacía números y no le quedaba duda.

 

El tercer directivo involucrado era Fedor Radmann, quien había sido ejecutivo de la marca deportiva ahora acusada de proporcionar los fondos para comprar votos (misma multinacional que, siempre se entendió, apoyó a Havelange y Blatter para dominar el futbol).

 

Niersbach sabía que ganarían, aunque todos los enterados sumaban y veían a Sudáfrica imponiéndose. De acuerdo a lo previsto, Marruecos quedó fuera en la primera vuelta e Inglaterra en la segunda. De los 24 votos en juego, los alemanes poseían 12 y los sudafricanos 12, con lo que Blatter definiría con el voto de calidad y bien se sabía de su promesa a Mandela (así como el presunto acuerdo con varios de quienes lo eligieron en 1998). En el más inesperado giro, el delegado de Oceanía, Charles Dempsey, en lugar de aportar para Sudáfrica, como le habían indicado sus agremiados (consecuencia de la Commonwealth y los tratos entre zonas de viejo dominio británico), se abstuvo. No conforme con eso, aseveró exaltado que “votó sometido a mucha presión”. Si hubiese hecho lo que se esperaba, los números de Niersbach se habrían desplomaban. ¿Debemos de asumir entonces que Wolfgang anticipaba la controversial abstención?

 

Lo de Dempsey se ha sabido desde el año 2000 mismo. Los recientes planteamientos de la revista Der Spiegel contra esa elección de Alemania, han pasado de sospecha a acusación, aunque no son nada nuevo. Qatar 2022 indignó por la nula tradición futbolística del Emirato, por su tamaño, por su opulencia, por su clima, por los derechos laborales de quienes levantan los estadios, pero ganó casi de manera unánime; lo de Alemania, que haría en 2006 el mejor Mundial de la historia, siempre estará rodeado de oro tipo de irregularidades.

 

A todo esto, una precisión relevante: en la actualidad, Niersbach podía emerger como candidato europeo al trono del futbol ante el desplome de Michel Platini.

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