ARGENTINA. Para quienes tocaban ya un réquiem por el fin de la era Kirchner todavía tendrán que esperar para anunciar sus funerales, pues el desenlace del actual proceso electoral está plagado de incertidumbre.

 

Aunque todo indica que el partido de la presidenta Cristina Fernández enfrenta aún el riesgo de perder el poder, también es cierto que hay altas posibilidades de que surja un “kirchnerismo sin un Kirchner”, pero de triunfar el oficialismo, quedará representado no sólo por una persona ajena a la familia sino también un outsider, es decir, fuera de su círculo íntimo. Una cosa sí es verdadera e inexorable: la salida de la Casa Rosada de la “Señora Kirchner”, que sin duda ha impreso una huella imborrable en la historia contemporánea de Argentina.

 

La familia Kirchner ha dominado la escena política argentina de los últimos 11 años, primero de la mano de Néstor Kirchner, el patriarca, que ostentó la presidencia entre 2003 y 2007, cuando lo sucedió su esposa. Su prematura muerte en octubre de 2010, cuando era diputado, truncó sus planes para volverse a presentar como candidato presidencial. Sin embargo, su esposa Cristina logró un año después asegurar la permanencia del proyecto de su difunto marido al reelegirse en 2011, arrasando en las elecciones con 54% de los votos.

 

Aunque no se esperaba que el hijo de la pareja, Máximo Kirchner, pudiera cubrir la tercera etapa de una de las dinastías más perdurables de la época reciente en América Latina, pues carece tanto del carisma como del liderazgo de sus padres, sí por lo menos se le veía como la reserva para un regreso de la familia al poder. No obstante, en agosto pasado Máximo, de 38 años, perdió las primeras elecciones primarias de su vida como precandidato a diputado.  Aunque el relativamente joven político lidera La Cámpora, el órgano juvenil del partido oficialista Frente para la Victoria, es una figura poco conocida porque no suele aparecer en público con frecuencia y parece odiar los reflectores, al contrario de sus telegénicos padres.

 

Se especula que, si gana el candidato del kirschnerismo Daniel Scioli, que lidera las encuestas, Máximo podría ocupar algún cargo clave en el futuro gobierno, aunque esto dependería de si Cristina mantiene su influencia sobre el actual aspirante de su partido, algo que todavía pertenece al terreno de las especulaciones.

 

No obstante, Scioli sería demasiado ingenuo y torpe si rompiera los hilos de apoyo con Cristina, de cuya popularidad se ha beneficiado, aunque para ello tenga que heredar parte de su equipo de colaboradores.  Es todavía temprano para predecir que la viuda de Kirschner será “el poder tras el trono” de un eventual gobierno de Scioli, pero podría pesar mucho en las decisiones de quien es hoy el candidato oficialista.

 

Scioli ganó las primarias recientemente con 38.09% de los votos, una diferencia importante frente al de Mauricio Macri, jefe de gobierno de Buenos Aires y postulado por la alianza centroderechista Cambiemos, que obtuvo 30.36%, y del peronismo opositor, donde compiten Sergio Massa y José Manuel de la Sota.

 

Aunque Scioli, gobernador de la provincia de Buenos Aires, es el claro favorito para las elecciones, no logró el ansiado 40% que habría allanado el camino para imponerse en las presidenciales del próximo 25 del presente. Además, se adjudicó en las primarias menos votos que Cristina Fernández en 2007 y 2011 y enfrenta el riesgo de perder si hay segunda vuelta, prevista para el 22 de noviembre, y la oposición se galvaniza en torno a Macri.

 

Daniel Scioli no es un hombre de las simpatías de la familia Kirchner, especialmente de Cristina, quien lo considera demasiado derechista, pero al final se impuso la realpolitik y debió apoyarlo porque no había de otra: era el único que se perfilaba para ganarle a Macri.

 

La Constitución argentina señala que si un candidato supera 45% o saca 40% y logra más de 10 puntos sobre el segundo, queda elegido en primera vuelta, pero como se ven las cosas podría ser que Scioli no supere esa prueba.

 

Según la mayoría de los sondeos, mantiene una distancia de 10 puntos arriba de Macri y ello explica que haya estado ausente el pasado día 5 en el primer debate entre candidatos presidenciales. A diferencia de las elecciones de 2007 y 2011, cuando el kirchnerismo arrasó, ahora la cosa está más pareja.

 

Los 32 millones de argentinos convocados a las urnas no olvidarán fácilmente a Cristina Kirchner, que prepara una gran fiesta para su despedida, en la que planea reunir a varios líderes latinoamericanos, en la Plaza de Mayo o en el estadio de Vélez Sarsfield el próximo 5 de noviembre, a un mes de que deje la estafeta a su sucesor.

 

Pierda o gane el kirchnerismo, el sucesor de Cristina no podrá seguir al pie de la letra las políticas populistas de ésta o de su marido Néstor, porque el país, junto con Brasil y Venezuela, enfrentan una “tormenta perfecta” en el ámbito global o lo que el analista argentino Andrés Oppenheimer ha descrito como un “tsunami económico”.

 

A la desaceleración china, que derrumbó las exportaciones de materias primas de los tres países,  se suman los escándalos de corrupción, una caída de sus monedas y ahora el riesgo de que el Tratado Transpacífico represente el “tiro de gracia” para sus economías.

 

Argentina crecerá 0.4% este año y decrecerá 0.7% el próximo, según las predicciones del Fondo Monetario Internacional. Pero a pesar de la mala situación económica, Cristina dejará el poder con una excelente imagen, que según una encuesta difundida estos días por la firma CEOP, se eleva a 50.3%, que ya quisiera el presidente Enrique Peña Nieto para un día festivo.

 

La “Señora K” difícilmente se irá a La Patagonia, su principal bastión político, a tejer chambritas para sus nietos, o a organizar su plácido retiro en ese paraíso montañoso del extremo sur de América. En realidad, esta mujer de pocas pulgas es todavía jefa indisputable del movimiento peronista que anima la escena política del país y a quien los argentinos todavía le atribuyen haber sacado al país, junto con su marido, de la “década perdida” (algunos la llaman “década robada”) de los 90, cuando se oían en las calles consignas como “estábamos al borde del precipicio pero con el gobierno dimos un paso adelante” o “las putas al poder porque sus hijos no pudieron”.

 

Mal que bien, el país logró reencauzar el crecimiento y liberarse de una pesada deuda aunque eso significó enemistarse con la comunidad financiera internacional.

 

Acusada de populismo, Cristina amplió su base de apoyo aplicando políticas asistencialistas como la Asignación Universal por Hijo, que le ganaron el aplauso fácil de todo tipo de plateas, hasta de sus opositores, pero desequilibraron las finanzas públicas.

 

La inflación descontrolada, que según fuentes independientes roza el 30%, es una de las grandes preocupaciones de los argentinos, pero también es cierto que la pobreza se redujo del 50 al 20% desde 2003. También se le reconoce a Cristina que no le haya temblado la mano para perseguir a los dictadores de la  tenebrosa etapa que osciló entre 1976 y 1983. Más de 500 ex militares y ex policías han sido condenados en la última década, lo que le generó aplausos de organismos de derechos humanos nacionales y foráneos.

 

Sin embargo, a semejanza del PRI mexicano, el peronismo kirchnerista es acusado de “pegar con la izquierda y cobrar con la derecha” y mientras coquetea con los grupos progresistas se asocia con los grandes capitales.

 

Para no hablar de los escándalos de corrupción y enriquecimiento ilícito que han salpicado a algunas figuras prominentes del establishment político como la propia familia presidencial y el vicepresidente Amado Boudou. Por todo ello, peca de ingenuo quien cree que, a sus 62 años, Cristina se dedicará a cuidar a sus dos nietos o a organizar actos de beneficencia en la provincia patagónica de Río Negro, su principal feudo político, aunque si lo hace posiblemente los use para impulsar su retorno al poder en 2019, un sueño que acarician muchos de sus seguidores y allegados.