El erotismo mediático ha caído en el mismo rango temporal que Blockbuster, Borders y Nokia. Las anémicas MTV, Blackberry y Barnes & Noble se encuentran en zona de terapia intensiva. YouTube y Apple pasaron sobre de ellas mientras que Amazon ha sido un poco más cruel. Día a día va monopolizando el oxígeno del interior de las librerías. El sentimiento por la lectura en papel culmina con las heridas del ingreso monetario, pero también con el espacio minimalista en los departamentos.
Playboy se resiste a morir y avisa al mundo que después de un lifting intenso quedará lista para ingresar al mundo Vanity Fair (el centro de la política socioerótica). Es ahí donde se encuentran las enormes pautas publicitarias como Chanel, Louis Vuitton o Hermès: la caja de herramientas para simular el estatus francés que siempre ayuda para olvidar el pelaje demográfico al que el filósofo humorista Luis de Alba denominó la lucha sempiterna entre nacos y fresas.
La pornografía ha asaltado a las redes sociales. En ellas, el lenguaje manoseado ya perdió significado. Sólo el insulto contiene la necesaria carga esteticista para hacer reaccionar a los habitantes de ese mundo. Sin insultos no existen los significados. El mundo de la fantasía concluyó cuando las princesas de Walt Disney saltaron a las pasarelas de MTV para incentivar el rating.
Miley
El monotema de Cyrus es el porno gore soft (oxímoron transmoderno); la bomba nuclear en contra del mundo de la estética. El asco como perfume. El hartazgo del vouyerismo.
Cada uno de los tuits o videos en YouTube de Miley Cyrus se convirtió en pólvora contra Playboy. No es necesario recurrir a YouPorn para comprender que el Chernóbil porno mató a Playboy. Su periodo de desgaste comenzó con el nacimiento del WiFi: el consumismo del deseo en tiempo real. El estado superior de aquella frase famosa que en los 80 se enseñaba en las clases de mercadotecnia: lo importante es el cliente.
El cliente derrocó al poder esteticista al conformarse la oclocracia. El gobierno de la masa que subyace en cada aplicación del smartphone o tableta supuestamente dirigida a un cliente en especial.
Playboy cae en la era, revelada por Snowden y Assange como la de la trampa y la traición, o si se prefiere, la era del espionaje pornolúdico.
Bill Clinton soportó el ácido mediático descargado sobre su figura presidencial en el caso Lewinsky. No sabemos si su esposa Hillary va a soportar los ataques por haber utilizado Gmail en lugar del correo electrónico gubernamental. Atención, el general David Petraeus dejó la CIA por tener una cuenta compartida con su biógrafa y amante Paula Broadwell.
Y así, Playboy para qué.