El futbol americano profesional ha marcado numerosas pautas para el posicionamiento y la producción de grandes eventos deportivos. Cómo lanzarlos, cómo afianzarlos, cómo extenderlos, cómo penetrar nuevos mercados, cómo convertir cada día de partido en algo verdaderamente sensacional y, aunque no lo sea por su periodicidad, excepcional.

 

Labor con la que ha sacado inmensa ventaja al resto de las ligas estadunidenses y con la que dicta elocuentes ejemplos a las de futbol europeo (la Liga Premier inglesa es, sin duda, la que más y mejor le ha aprendido).

 

¿Cómo convertir en asunto local lo que sucede a miles de kilómetros de distancia y en un deporte apenas practicado en territorio ajeno? El camino no ha sido fácil, pero mientras que la NFL mantiene la intención de contar con un equipo en Londres, la solución es llevar partidos de temporada regular a otros países.

 

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Me tocó estar en 2011 en un encuentro entre Chicago y Tampa Bay disputado en el estadio de Wembley. Mi inmensa sorpresa fue hallar en el templo del otro futbol a tantísimos aficionados llegados desde los rincones más lejanos de Europa, aunque lo más interesante aconteció lejos del emparrillado pintado en esa cancha. Así como la Plaza Trafalgar alberga festejos de todas las religiones y todos los países, ese fin de semana perteneció a la NFL. Más allá de los clásicos inflables que permiten al seguidor practicar pases, tiros de campo y tacleadas, se proyectaron partidos clásicos y la película Jerry Maguire. Ahí estuvieron numerosas leyendas de la NFL (por ejemplo, recuerdo haber entrevistado a Jerome Bettis y Brad Johnson) conviviendo con quien se acercara a la plaza y porristas poniendo sensualidad a la jornada.

 

No se trataba exclusivamente de deporte, sino de toda una sesión de cultura estadounidense: la comida, el cine, la música (por cierto, la banda Goo Goo Dolls cantó en Wembley al medio tiempo), la cerveza, la estética. Dudo que habría un embajador estadunidense mejor recibido por los europeos que ese ovoide.

 

Al margen del Reino Unido, que es fundamental para los intereses mercadológicos de la NFL, se llevarán partidos a México, Canadá y Alemania. Ahí viene el primer problema, porque la temporada apenas reparte ocho partidos en casa a cada equipo y no es cómodo ceder alguno de ellos a otro escenario (la afición local se ve severamente lastimada). Por ello los Vaqueros de Dallas levantaron la mano pidiendo ser ellos quienes viajen a México, mas solicitando que eso no los despoje de un cotejo en su terruño.

 

A propósito de esto, recuerdo que el propio propietario de los Vaqueros, Jerry Jones, me contaba un par de años atrás sobre la relevancia de tener en su futurista estadio actividad de la selección mexicana. Según decía él, así se mantenía la alianza que convierte a los suyos en consentidos de México, aunque reiteraba la necesidad de volver a jugar en el Azteca.

 

Gran noticia. Hasta ahora, Wenbley había sido el único beneficiario de la exportación de la NFL. Sin duda, México y su gran afición a este deporte merecen algo más que vibrar a cada jornada ante el televisor.

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