Resistirse a un seleccionador por ser extranjero no implica chovinismo alguno; descalificarlo por esa causa, sí.

 

Se acude a un foráneo precisamente cuando se admite que en casa no existe opción idónea o quien cumpla con el perfil trazado, situación que, desde mi perspectiva, resultó evidente en México desde el intempestivo cese de Miguel Herrera. Prácticamente todos nuestros entrenadores de relativa élite ya habían guiado alguna vez al conjunto Tricolor, tanto los nacidos como los hechos en el país; la excepción que confirmaba la regla, Ricardo Ferretti, entró como interino bajo condición de no asumir el puesto en definitiva. Así, nuestro representativo tenía dos alternativas: apostar por alguna secuela (en algunos casos, segunda o tercera etapa) o intentar algo nuevo (que, dependiendo de la elección, podía ser lo mejor).

 

Las grandes potencias (Alemania, Argentina, Brasil, España, Italia, incluso Francia u Holanda) han sido muy celosas en épocas contemporáneas de no ceder esa posición a un extranjero, bajo el entendido de que en casa han contado con quien ejerza el cargo. Inglaterra y Uruguay desafiaron la norma justamente porque entendían que necesitaban renovarse.

 

Juan Carlos OsorioJuan Carlos Osorio será apenas el tercer DT tricolor ajeno a nuestro balompié, habiendo sido el primero César Luis Menotti y el segundo Sven Göran Eriksson. Ricardo Lavolpe o Bora Milutinovic, los españoles Juan Luque de Serralonga en los treinta o Antonio López Herranz en los cincuenta, ya contaban con cierto vínculo con el futbol mexicano, a diferencia del colombiano que apenas dirigió unos cuantos partidos al Puebla en 2012.

 

Puede criticarse su desconocimiento del medio. Puede analizarse la idoneidad de un extranjero para esa posición. Pueden cuestionarse los méritos que haya hecho para ser elegido por la Femexfut. Puede señalarse que sólo llegó después de la negativa de candidatos iniciales como Marcelo Bielsa. Pero no puede negarse que se trata de un entrenador revolucionario, de un tipo diferente, de un individuo con metodología e ideario, de alguien muy estudiado que se ha atrevido a modificar paradigmas.

 

Juan Carlos Osorio polarizó en Brasil, aunque nadie tuvo elementos para decir que escatimó en trabajó o coherencia, en esfuerzo o congruencia.

 

Siempre he pensado que este deporte sería mejor si al empirismo del común de sus líderes (para bien y para mal, la mayoría llega avalada por años de cancha como jugadores), se añadiera algo de academia. Como pocos de sus colegas, Osorio se ha capacitado. Como pocos también, intenta algo diferente.

 

Si eso basta para hacerlo ideal como seleccionador mexicano, es difícil contestar. Por paradójico que suene toda vez que ya he resaltado algunas de sus virtudes, pienso que no, que si ya se iba a ir por un extranjero, había muchos mejor posicionados o armados; antes que Colombia, único sitio en el que ha triunfado dirigiendo con clubes, ha sido México quien ha recurrido a sus servicios. La realidad es que una de las pocas selecciones en el mundo que no tiene límite presupuestal para contratar entrenador, ha preferido a alguien con más promesa que palmarés, con más dicho que hecho.

 

Vienen meses intensos en los que el primer rival de Osorio será el maleficio de la duda, porque en una posición de ese corte, lo común es desconfiar de lo desconocido.

 

En noviembre inicia una fase de grupos pre-Hexagonal especialmente riesgosa, a manera que Osorio carece del elemento primordial de su sistema de trabajo que es el tiempo (él mismo ha resaltado lo fundamental que resulta la “periodización táctica”).

 

El problema no es que sea extranjero. El problema no es su estilo. El problema no son sus antecedentes. El problema es si la federación sabe lo que quiere o si se limita a poner gesto de suficiencia mientras improvisa.

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