Ese ente tan ególatra llamado futbol: el primer cambio en la geografía de un país miembro de la Unión Europea puede desencadenarse en las elecciones catalanas de este domingo y, sin embargo, al frente del debate se coloca la eventual salida del Barcelona de la liga española.

 

Por supuesto que para términos estrictamente deportivos ver en riesgo el clásico Real Madrid-Barça no es poca cosa, como tampoco es poca la incertidumbre respecto al devenir de una liga y una selección catalanas. No obstante, y por simbólico que resulta para la relación que los catalanes han tejido con el Estado español, el clásico es lo de menos.

 

AP_Barcelona

 

Hablamos del estatus que Cataluña tendría ante Unión Europea, ONU, OTAN, OCDE y demás organismos internacionales. Hablamos de la pérdida que representaría para el Producto Interno Bruto español, así como de las dificultades que supondría para la nueva economía independiente catalana. Hablamos de acuerdos para transferir deudas, de desencuentros políticos, de resoluciones ante producción industrial y exportaciones, del antecedente de Angela Merkel, David Cameron y Barack Obama oponiéndose a esa ruptura. Hablamos de demasiados y muy complejos temas, como para que el futbol ocupe algún plano primordial en el debate.

 

Y mientras tanto, se explica con alarma que el Barça se convertiría en un equipo del tamaño del Ajax holandés o el Celtic escocés, que ya no podría mantener tan espectacular plantel, que sus ingresos irían en picada, que qué sería de la liga ibérica, que qué de Messi y que de la rivalidad con los merengues.

 

Sucede que la campaña del miedo de quienes están en contra de la independencia catalana, ha colocado entre sus incisos medulares la salida del Barcelona de la liga española. Habiendo tantísimos argumentos que plantear para resumir la tormenta social, económica y política que se desataría con esta balcanización, parece curioso que se conceda tal preponderancia al futbol. Curioso, aunque no extraño.

 

Este equipo ha representado afanes independentistas incluso desde su fundación por un suizo, Hans Gamper, que pronto se vio seducido por tal idea. El escritor Manuel Vázquez Montalbán dejó contundentes frases como ésta: “La significación del Barcelona se debe a las desgracias históricas de Cataluña desde el siglo XVII, en perpetua guerra civil armada o metafórica con el estado español”.

 

El ejército no armado de Cataluña, como lo definió el propio intelectual, podría cambiar significativamente de rol tras haber sido “la eterna, sistemática reserva espiritual de Cataluña, para tiempos prohibidos”.

 

Voces tan relevantes del futbol de la región, como Pep Guardiola, se han manifestado a favor de la secesión, al tiempo que el mejor basquetbolista español de la historia, Pau Gasol, ha ido en sentido inverso.

 

Por citar un precedente (aunque especificando que lo del domingo no es un plebiscito para independizarse, sino un paso para hacerlo), justo el día en que los escoceses tuvieron el referéndum a través del cual continuaron integrados al Reino Unido, el tenista Andy Murray se inclinó en redes sociales por la independencia. Es el mismo Murray que unos meses después tiene a los británicos a una serie de conquistar su primera Copa Davis en 79 años.

 

Lo del domingo resulta demasiado relevante. Tanto, que los goles y trofeos, añeja metáfora blaugrana de la independencia, hoy deben de relegarse a otro plano.

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