Cuando un auto sale defectuoso por algún fallo en sus componentes es obligación del fabricante reparar el vehículo donde se detecta la falla, reportar a otros propietarios sobre el desperfecto para que lo corrijan antes de que presente el desperfecto y corregir en los modelos siguientes la imperfección.

 

Hasta ahí hay un asunto de malos controles de calidad, algún proveedor incumplido o el simple hecho de que las máquinas no tienen palabra. Suceden todo el tiempo y por complejidad de un automóvil seguirán ocurriendo siempre.

 

Pero lo que hizo Volkswagen fue una trampa, una estafa para aprobar los altos estándares anticontaminantes para un motor como el EA 189 Diésel de cuatro cilindros. Un motor pequeño al que se le exige gran esfuerzo de empuje y al que evidentemente no le pudieron mejorar de manera real los estándares de emisiones.

 

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Cual viles coyotes de Verificentro, desde el centro de diseño de estos motores le pusieron un diablito para que no revelara la verdad de sus niveles de contaminación al momento de enfrentar las pruebas de rendimiento de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos.

 

En un país donde las leyes se respetan, un auto que no cumple con los estándares de contaminación simplemente no se puede vender. En países como el nuestro no sólo se venden sino que además obtienen el holograma cero a pesar de tener 15 años de antigüedad, sin importar que en la Ciudad de México tengamos 200 días de mala calidad del aire al año.

 

Ahora Volkswagen AG que alguna vez fabricó el auto del Siglo, ahora enfrenta el error más grande del siglo y podría costarle al fabricante más grande de autos del mundo la solvencia económica.

 

Los autos que tienen este motor llegan a 11 millones de unidades fabricadas entre el 2009 y el 2015, de los modelos Golf, Jetta y Beetle de la marca Volkswagen y el Audi A3. De ellos, medio millón fueron vendidos en Estados Unidos y prácticamente ninguno en México.

 

Los costos del engaño están por conocerse, serán miles de millones de dólares por las demandas, las reparaciones y las indemnizaciones. Pero más costoso que todo eso estará el factor confianza. El peso que tendrá en aquellos que ubicarán las marcas de ese grupo automotriz como productos de una empresa tramposa.

 

Y aunque algunos tengamos fe ciega en los autos de esa empresa, habrá quien por algún tiempo no querrá saber nada de ellos.

 

Ahí es donde se cruza el camino mexicano. Buena parte del estado de Puebla vive de esa empresa, de su planta, sus proveedores y servicios vinculados a Volkswagen. Casi la mitad de la economía poblana depende de las actividades de esa marca alemana. Por lo tanto, si esa empresa cae, Puebla se va detrás de ella.

 

El mercado doméstico es importante, pero pequeño. La vocación es exportadora principalmente a Estados Unidos donde solían consumir 400 mil vehículos de esa marca al año, la mayoría hechos en México.

 

Al mismo tiempo está en proceso de apertura una de las fábricas más modernas de Audi en el mundo y si bien se puede salvar esta marca del vínculo con su matriz, de cualquier forma la suerte financiera es compartida y podría verse alterado el plan de negocios de esta impresionante planta donde buscan armar su SUV más popular.

 

Los empresarios alemanes que toman decisiones en Volkswagen decidieron su futuro con sus trampas, pero para Puebla hay que ir pensando en algún plan de contingencia por si se desvíela el bocho.