El miércoles pasado, la Universidad Iberoamericana campus Ciudad de México se convirtió en la primera institución de educación superior del país (y segunda en América Latina y el Caribe) sumada a la iniciativa HeForShe (Él por Ella), de ONU Mujeres. Este esfuerzo global –que se lanzó en septiembre de 2014 con el ya famoso discurso de la actriz Emma Watson– busca concientizar a los varones para combatir la desigualdad y la violencia que afecta a niñas y mujeres. Durante el evento, se habló –entre otros temas– de la importancia del acceso de las mujeres a las posiciones de poder y decisión.

 

Este compromiso, que involucra tanto al alumnado como al personal académico y administrativo, implica crear la organización HeForShe en la universidad; organizar encuentros presenciales y virtuales; colaborar con organizaciones de la sociedad civil; invitar a conocidos al movimiento; involucrar a estudiantes pro igualdad de género, y activarse en las redes sociales.

 

Ese día, la representante de ONU Mujeres para México, Ana Güezmes, mencionó –ante el rector, David Fernández y el vicerrector académico, Alejandro Guevara– una analogía elocuente: “la perspectiva de género es como unos lentes, cuando uno se los pone empieza a mirar el mundo, la ciencia, las disciplinas, de otra manera”. Y es cierto.

 

Sin esos “lentes”, una traba estructural que afecta o limita a las mujeres podría pasar frente a nuestros ojos y aun así, no la veríamos. Esto nos sucedió a todos los que asistimos a dicho evento. Yo estudio mi último semestre de licenciatura en la Ibero y me alegra que mi universidad –agente de cambio y detonadora de debate público– se sume a estas iniciativas. Pero no es ningún secreto que en sus más de 70 años de existencia, nunca ha tenido una rectora, gracias a algo muy parecido a la discriminación por género (la RAE define “discriminar” como “seleccionar excluyendo”).

 

Según el artículo 24 del Estatuto Orgánico de la Ibero, los requisitos para llegar a la Rectoría son: tener más de 35 años y menos de 65; poseer mínimo una licenciatura o equivalente; tener un mínimo de 10 años de servicio académico; haber realizado obras de reconocido mérito académico; y comprometerse a promover los valores institucionales. Si mis “lentes” de perspectiva de género no me fallan, no es requisito ser hombre ni profesar una religión en particular (menciono esto último por aquella idea falaz de que “todos los rectores de la Ibero deben ser padres jesuitas”). Cuesta mucho creer que una mujer nunca haya cumplido con estos puntos.

 

Si en los requisitos no está el problema, ¿entonces dónde? ¿Qué (o quién) ha impedido que una mujer llegue a la máxima silla de la institución? La reciente adhesión de la Ibero a HeForShe es una gran oportunidad para encontrar estas respuestas y eliminarlas de tajo. Ningún motivo técnico, religioso o de cualquier otra índole debe pesar los esfuerzos de una mujer en una báscula distinta (y menos en la academia, terreno en el que las mujeres aún tienen mucho por abarcar).

 

La Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús, el Sistema Universitario Jesuita, la Asamblea General de Asociados de UIAC (órgano que nombra al rector) y el propio David Fernández deben ponerse sus “lentes” de perspectiva de género y abordar el problema. Los números no mienten: las condiciones actuales minimizan la probabilidad de una rectora e insinúan –fuertemente– la existencia de sesgos sistémicos que fomentan esa inequidad. Parafraseando aquel discurso de Watson: si no lo discuten ustedes, ¿quiénes? Si no lo discuten ahora, ¿cuándo?

 

#FueraFuero