Ni las visiones catastrofistas que dicen que todo en el balompié mexicano es una basura ni las radiantes que creen ver en cada rodar de nuestro balón una esperanza. En algún punto, a mitad de camino entre esas polarizadas posturas, se encuentra el futbol nacional.

 

Por un lado, es indudable que teníamos muchos años sin gozar de un arranque de temporada tan vistoso y atractivo como el que ahora presenciamos en el Torneo Apertura 2015. El índice de goles habla por sí solo, con un promedio muy por encima de los tres por partido, aunque mucho más alentador es el nivel futbolístico que encontramos; planteles muy bien armados, contrataciones de muy buen rango, elementos mexicanos que prometen (aunque en menor cantidad de lo que quisiéramos) y una competitividad que continúa siendo el pilar sobre el que se sostiene una liga en la que casi cualquiera puede ser campeón, país en el que no existen los favoritos y los momios son a menudo desafiados.

 

AMBRIZ

 

Ese es el lado positivo. El negativo, la inevitable inconsistencia, la incapacidad del común de los contendientes de perpetuar un buen nivel, la irregularidad casi intrínseca a los equipos. La renuncia del DT portugués Pedro Caixinha del timón del club Santos dice demasiado. Un estratega que durante la temporada pasada insinuó su salida del banquillo del cuadro lagunero sin sospechar que una carambola de resultados lo clasificaría a la Liguilla de la que emergería Campeón. Si su continuidad entonces fue por demás fortuita, su caída ahora no lo es menos: quien logró el título cuando ya había pedido disculpas por el mal desempeño, deja el banquillo cinco partidos ligueros después de levantar la corona.

 

Así, nos desplazamos entre una mezcla de humores y modas, de instantes y coincidencias, de azares y meras impresiones (otro ejemplo, Nacho Ambriz ha pasado de candidato al despido a héroe del resurgimiento americanista en una semana de nueve puntos).

 

Reflejo de tal realidad, la selección mexicana no consigue evitar que se le vincule con el mejor posicionado en el momento de urgencia de hallar entrenador. Ricardo Ferretti si se mete a la Final de la Libertadores, Víctor Manuel Vucetich si levanta al Querétaro, el propio Caixinha si es campeón, y quien venga con una gesta sensata en el momento idóneo.

 

El tiempismo arrasa al proyecto. La volatilidad nos define. La inestabilidad gobierna. El impulso nos lleva.

 

Un certamen que, insisto, está en un sensacional momento a la vista de lo acontecido en estas primeras semanas. Mal hace quien asegura que toda comparación con el futbol europeo nos deja mal parados; eso clama quien se limita a observar la actividad de los tres mejores cuadros del Viejo Continente y no quien se aproxima a la totalidad de ligas como la española o la italiana, donde una marcada minoría de verdad es abrumadoramente superior a los equipos nacionales.

 

En tal remolino de buenos partidos y muchas anotaciones, de rachas breves y hegemonías no consumadas, el Guadalajara vuelve a sufrir. Las Chivas se han acostumbrado a vivir sufriendo, a ocupar el fondo de la tabla de cocientes, a observar con calculadora el desempeño ajeno, en definitiva a vivir en la cornisa, y eso resulta excesivamente peligroso.

 

En fin. La Liga MX, ni todo lo maravillosa que quisiéramos, ni todo lo mala que solemos pensar. En todo caso, con un gran conflicto existencial: que pocos se acostumbran (o son exigidos) a hacer de la excelencia una constante, porque simplemente no es necesario.

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