El evento a nivel de selecciones más antiguo del mundo, el torneo más equitativo en su distribución de sedes, el certamen que ha sido ganado por mayor cantidad de sus participantes, la Copa América, cerrará otra edición este sábado.

 

¿Con qué sabor? Aquí se deben de abrir tres perspectivas y reflexionar en ellas.

 

La primera y primordial, la netamente deportiva. Nadie puede engañarse: es muy grande la deuda futbolística contraída por esta competición. La inmensa mayoría fueron partidos cerrados, trabados, poco vistosos. Los reclamos, las simulaciones, el juego sucio, han pesado más que cualquier afán de creación o genialidad.

 

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Las figuras apenas han aparecido; lo anterior, acaso como consecuencia de la pesada campaña europea, precedida además por un verano de nula pretemporada a causa del Mundial, con lo que las piernas más finas llegan fundidas. ¿Neymar con Brasil? Jugó dos partidos y sólo destacó ligeramente en el primero. ¿James Rodríguez con Colombia? En modo esforzado y poco más. ¿Edinson Cavani con Uruguay? Ni una mala calca del consagrado en el viejo continente. ¿Lionel Messi, Ángel di María, Javier Pastore? Algo similar. ¿Alexis Sánchez? Nada que ver con el del Arsenal o Brasil 2014 mismo. ¿De México? Mejor ni hablamos. Tan bajo desempeño individual y colectivo, primó a las cenicientas, a los cuadros sacrificados que sacaron algo al contraponer entrega a la esterilidad futbolística de sus rivales en teoría superiores.

 

La segunda, la organizativa. El pueblo chileno demostró su generosidad, hospitalidad, calidez, sonrisa fácil, riqueza cultural, pero el evento sigue estando muy lejos en sus niveles de planeación si se le compara con una Eurocopa. De ninguna manera puede esperarse algo idéntico cuando los presupuestos e infraestructuras son tan dispares. No obstante, tiene que llegar un punto en que Latinoamérica sea capaz de finalizar sus proyectos deportivos con la más elemental anticipación y no llegar raspando (o mal llegar) a cada evento; eso multiplica gastos en materiales y dobles turnos, como pasó en Brasil, al tiempo que genera una mala imagen del país anfitrión.

 

Al margen de lo anterior, la coordinación y servicios en los diversos escenarios fueron criticados incluso por los locales. Hubo protestas, como ya es infaltable en todo evento deportivo, aunque nada que impidiera el desarrollo del evento; formaba parte del paro de maestros que exigen en Chile una nueva reglamentación en materia de educación.

 

La tercera, la directiva. Esta Copa América comenzó a pocos días del escándalo de Zúrich, cuando altos cargos de la FIFA (la mayoría, sudamericanos) resultaron detenidos. Eso ha propiciado una escasa o nula presencia de dirigentes, temerosos de exponerse al juicio público o de ser muy notorios en tan delicados instantes. Estamos a un año de la Copa América del Centenario a desarrollarse en los Estados Unidos, pero se mantiene la posibilidad de que tal torneo se cancele a causa de los sobornos que implicó su adjudicación (de hecho, justo ahí empezó la actual crisis de la FIFA).

 

Otra Copa América, y la sensación de que todo tendría que ser mucho mejor en el mayor de los eventos futbolísticos del continente. En cada uno de los renglones, con obvio énfasis también en lo que trajo México. La certeza de que si la Eurocopa alguna vez estuvo lejos, hoy está a años luz. Y eso no se equilibra sólo con dinero, sino con otra aproximación al certamen.

 

 

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