La presión, ahora es más. Quien piense que la selección que va a Copa de Oro lo hace del todo ajena a la que fracasó en Copa América, se equivoca. Sólo hay un jugador en común entre los dos procesos (Jesús Manuel Corona), pero el cuerpo técnico y, sobre todo, el uniforme, son los mismos.

 

Como Chepo de la Torre en 2013, cuando pasó una mala Copa Confederaciones y luego se integró entre dudas al plantel que preparaba la Copa Oro, hoy Miguel Herrera sabe que no acude a un borrón y cuenta nueva.

 

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Los primeros rivales (Cuba, Guatemala, Trinidad) deben de permitirle estabilizarse y restablecerse en el banquillo, en el liderazgo, en el discurso, aunque por ahora el problema radica en lo propio y no en lo que ejecute quien esté en frente.

 

El seleccionador mexicano admitió de inmediato que en Chile 2015 se había fracasado, palabra que suelen eludir los directores técnicos. Ahora falta algo más relevante que la simple aceptación: determinado cambio a partir del aprendizaje.

 

Serenidad, mesura, sensatez, son tres características que Miguel necesita tomar, sin que eso merme a su personaje o naturaleza. No se puede reaccionar a cada eliminación o derrota buscando culpables, repartiendo sombrerazos y generando escándalo. Tampoco eludir que su imagen, como no podía ser de otra forma a este ritmo y con el riesgo que supuso meterse a la arena política, está muy desgastada.

 

Es el mismo Piojo que levantó un equipo en donde sólo había cenizas, en noviembre de 2013, y luego arañó el mentado quinto partido en Brasil 2015. El mismo que tuvo una gran conexión con los jugadores, instándolos a asumir el rol y los minutos que se les asignaran. El mismo que despertó a la afición mexicana tras uno de los años más tristes en la historia del representativo nacional. El mismo, pero necesitado de una lección y ahora sí bajo severa presión.

 

¿Fue víctima de la exigencia de llevar un equipo “B” a Chile? Viendo los descartes que hubo para cada torneo así como los elementos convocados por posición, tengo la sensación de que México pudo ir sustancialmente menos expuesto, más armado, a Copa América. Lo relevante ahora es que ese capítulo no permee al que comienza en los amistosos frente a Costa Rica y Honduras.

 

México siempre va a la Copa Oro obligado a la corona, que el nivel de los sinodales y la historia no le permiten conformarse con menos. Sin embargo, esa obligación creció mientras Ecuador nos hacía dos goles en Rancagua. Miguel Layún se ha apurado a explicar que “Al final debemos tener la misma responsabilidad pase lo que pase. No tiene que ser más importante ganar si no se pasó a la siguiente fase”.

 

Es cierto que la responsabilidad no es relativa, que no puede variar dependiendo de otro torneo, que no debe de asumirse en menor o mayor grado, pero Layún y compañía han de entender que si no son campeones en Filadelfia el 26 de julio, los cuestionamientos a Herrera (e incluso a su continuidad) serán elevados.

 

Eso es, ni más ni menos, lo que ha modificado el papelón en Copa América. Y el seleccionador lo sabe.

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