Extraños los ciclos que esconde la vida. Curiosos los círculos en que, cual balón, se mueve el futbol. Joan Laporta fue el presidente que propició no sólo el mejor Barcelona de la historia, sino el club más exitoso de la época contemporánea. Antes de que en el verano de 2003 él llegara a la directiva blaugrana, el equipo sumaba cuatro Ligas de Campeones menos (apenas tenía una), siete ligas menos (sumaba 16) y tres Copas del Rey menos (acumulaba 24).

 

Su llegada fue un bálsamo para el balompié español. Dejando claro desde un principio su afán de cortar con el pasado, de ser progresista y revolucionario, formó un grupo de trabajo ya no conformado por clásicos dirigentes de corte burocrático que habían pasado décadas en la organización, sino por exitosos profesionistas ávidos de trabajar para el equipo de su pasión.

 

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Su vicepresidente y brazo derecho era Sandro Rosell, quien había ocupado altos cargos ejecutivos en una de las principales empresas de artículos deportivos. Entre los dos consiguieron convencer a los socios del Barcelona de que un cambio era urgente. Ahí comenzaría a aprovecharse esa formidable cantera, ahí se enfatizaría la filiación al juego de toque y desmarque, ahí también se recalcaría que el Barça formaba parte de la voluntad independentista catalana.

 

Con 41 años, Laporta era el presidente más joven en la historia del Barcelona. Días en los que estaba por cerrarse el fichaje de Rafael Márquez, por lo que me pasé jornadas enteras en las oficinas del club, esperando a rascar alguna noticia. Él llegaba dinámico, enérgico, visceral, más que dispuesto afanoso por hablar con la prensa internacional; quería controlarlo todo, incluido el eliminar las astas donde colgaban las banderas de España en toda instalación del club; desde entonces, sólo hay sitio para la insignia catalana.

 

Su arma electoral fue David Beckham. Negoció con el Manchester United que en caso de ser elegido, el crack inglés incorporaría a la disciplina culé. Sucedió que Becks se molestó al sentirse ignorado en las negociaciones y se aferró a que su sueño era militar (junto con Zidane, Figo, Ronaldo, Raúl) en el Real Madrid. Colapsada esa bomba (por entonces se puso de moda el término “fichaje mediático”), su obsesión fue Ronaldinho, quien no estaba a gusto en el París Saint Germain y también había sonado para el cuadro merengue (aquí el problema fue que ya no había plazas disponibles para jugadores no europeos en el Bernabéu); Dinho tenía un principio de acuerdo con el Manchester United, pero Rossel, al conocerlo bien por su trabajo conjunto en la empresa estadounidense de artículos deportivos, lo hizo cambiar de parecer.

 

Había nacido el Barça que modificaría a perpetuidad su historia y alcance. No obstante, el primer año de Laporta resultó fatal. Recuerdo un partido de la extinta Copa UEFA ante el humilde Panionios griego y al joven presidente hecho una furia porque los resultados dilataban. Tarde o temprano, Frank Rijkaard, recomendado por Johan Cruyff (de quien Laporta había sido abogado), encontró la manera. Lo de Guardiola y Luis Enrique, descendió directamente de aquella gestión.

 

Laporta, más tarde enemistado con Rossel y con no pocos escándalos a cuestas, se convirtió en diputado que lucha por la independencia catalana. Ahora ha confirmado que volverá a presentarse a las elecciones por la presidencia del equipo. Seguramente ganará. Extraños ciclos los que esconde la vida. Tantos y tan impredecibles, como el rodar del balón. Doce años después, retornará a la silla desde la que lo cambió todo, empezando por dejar de apoyar y aislar al grupo más violento de aficionados barcelonistas.

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