José Francisco Ruiz Massieu movía a sus oficinas una carta enmarcada.

 

La colocaba a sus espaldas en su oficina.

 

Era un texto breve, elaborado por tres jóvenes cuando eran estudiantes y se hicieron el propósito de alcanzar el poder federal: Carlos Salinas de Gortari, Manuel Camacho Solís y el propio Ruiz Massieu.

 

Manuel Camacho Solís

 

El compromiso era luchar juntos por llegar a la Presidencia de la República y luego, desde ahí, impulsar el uno al otro.

 

No fue así.

 

Salinas alcanzó la Presidencia en 1988 y luego, en 1994, decidió heredarla a Luis Donaldo Colosio para dar continuidad a su proyecto económico y a su herencia sociopolítica.

 

Una bala mató ese proyecto en Lomas Taurinas.

 

VERDUGO SALINISTA CON PLENO PODER

 

La inclinación hacia Luis Donaldo Colosio por Carlos Salinas de Gortari tuvo distintas reacciones en los pactistas.

 

José Francisco Ruiz Massieu aceptó la decisión de su ex cuñado –estuvo casado con Adriana Salinas de Gortari– y de inmediato decidió sumarse a la candidatura de Colosio, con quien se reunía con frecuencia.

 

Con Salinas de Gortari sólo tuvo un desencuentro: cuando lo invitó a dejar la gubernatura de Guerrero y trasladarse a la PGR.

 

–¿Acaso quieres que tus sobrinos queden huérfanos? Yo no –le espetó Ruiz Massieu.

 

En contraste, Manuel Camacho Solís optó por el berrinche.

 

El mismo domingo del destape intentó comunicarse con el presidente y cuando Carlos Salinas por fin aceptó recibirlo escuchó el reclamo airado:

 

–¿Por qué no fui yo, Carlos?

 

Se sentía con pleno derecho.

 

Más allá del pacto sellado por tres jóvenes soñadores y ambiciosos, estaba el apoyo proporcionado para hacer posible su llegada a la Presidencia para echar a caminar su proyecto.

 

Desde la Secretaría General del PRI Camacho Solís operó la calificación presidencial de Carlos Salinas y, a gritos, se enfrentó y sometió disidentes internos como Salvador Barragán Camacho, dirigente formal de los trabajadores petroleros.

 

Luego vino la venganza carcelaria con Barragán Camacho y Joaquín Hernández Galicia, La Quina, pero ellos tuvieron culpa porque retaron a Salinas en la salutación de Año Nuevo en 1989:

 

–Si se hunde Pemex, se hunde México y se hunde usted, señor presidente.

 

 

CAMPAÑA MINADA HASTA EL ASESINATO

 

En su reclamo –¿por qué no fui yo, Carlos?–, Manuel Camacho Solís recriminó mucho más.

 

Su designación como titular del GDF no le satisfizo porque quería Gobernación, a donde llegó Fernando Gutiérrez Barrios.

 

Sin embargo, Carlos Salinas de Gortari tuvo un argumento irrebatible:

 

–Hay que recuperar el Distrito Federal, Manuel.

 

Camacho Solís cumplió con creces.

 

Con dinero o seducción política, volvió priista a la Ciudad de México.

 

Recuerdo a Marcelo Ebrard como su operador en la Secretaría del PRI capitalino, desde donde manejaba programas sociales, negociaciones con grupos perredistas, René Bejarano incluido, y el padrón de todos los electores.

 

Atención grupal e individual.

 

La operación salió perfecta: el PRI ganó las 40 diputaciones federales y locales luego de haber perdido la Ciudad de México tres años antes ante el FDN de Cuauhtémoc Cárdenas.

 

Después Camacho se reunió con el candidato Luis Donaldo Colosio en la casa de Luis Martínez Fernández del Campo y no hubo entendimiento.

 

Camacho le dijo que, si llegaba al poder, su gobierno dependería de sus negociaciones con el EZLN.

 

–Sí, Manuel, hay que respetar los acuerdos, pero no se vale utilizar a Chiapas para fines personales –le dijo Luis Donaldo.

 

Cuando Colosio me platicó esta historia, le pregunté qué le contestó Camacho.

 

–¿Qué querías que me contestara, si es un hijo de la chingada?

 

En venganza, Camacho le minó su campaña hasta el asesinato en Tijuana.

 

Hoy todo esto es historia.

 

La muerte de Camacho cierra un capítulo de la historia política mexicana.

 

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